Historias

Capturados


Kervar alcanzó a sus compañeros en la puerta del almacén. El aura de la diosa parecía haber conseguido serenar la batalla alrededor del edificio pues los sonidos del combate llegaban como amortiguados y los combatientes parecían haberse tomado un respiro. El humano y el semiorco lo esperaban apoyados en el vano de la entrada.

-Todavía tenemos el medallón –dijo Drell cuando el elfo llegó a su altura, como si lo hubiera estado pensando con anterioridad-. Es posible que aún nos pueda llevar hasta el encapuchado.
-No es mala idea –Kervar lo sacó de entre los pliegues de su túnica. De nuevo lo sostuvo en el aire y enfiló hacia un callejón lateral-. Aprovechemos este respiro en la contienda para avanzar, démonos prisa.

Las tinieblas del callejón lo engulleron cuando se adentró en él.

-Siempre pensé que los elfos eran más pacientes –le susurró Drell a Buluc al pasar a su lado. Éste soltó un gruñido que bien pudo interpretarse como una risita y siguió a sus compañeros hacia la oscuridad.

El callejeo los llevaba cada vez más cerca del mar hasta que fueron a dar con un edificio que parecía un astillero, a juzgar por los cascos a medio reparar que pendían de las grúas en el patio colindante. La entrada, un gran portón doble de madera, estaba entreabierta, con el candado colgando de uno de los tiradores. En silencio, penetraron en el edificio que se hallaba en penumbra, rota únicamente por la luz de la luna que entraba por las ventanas situadas cerca del techo. Dentro, todo estaba revuelto aunque nada fuera de lo común para un entorno como ese. Una bombilla brillaba a través de la puerta abierta de un pequeño cuarto que se encontraba en la pared opuesta a la de la entrada. Drell le hizo un gesto a Buluc para que se rezagara y tratara de avanzar con sigilo pero el semiorco no estaba dispuesto a perderse la acción y sacando una daga de su bota, pues el espacio era demasiado reducido para usar su enorme espadón, avanzó con su enorme corpachón metiendo un ruido considerable. Kervar y Drell se miraron con un gesto significativo y avanzaron tras su compañero. Con una patada, Buluc irrumpió en el cuartucho con la daga en ristre pero dentro no había nadie contra quien usarla. En el interior sí que reinaba el más absoluto desorden: papeles revueltos por doquier, cajones fueras de sus guías, armarios desportillados y, tras un escritorio que apenas se veía bajo altos legajos de papeles, pudieron ver un cuerpo embutido en una túnica negra, con una herida escalofriante de lado a lado del cuello y una máscara de marfil sobre el suelo a su lado. Inmediatamente bordearon la mesa cubierta de papeles para examinar el cadáver más de cerca. La cara estaba macilenta y a ninguno de ellos les sonaba de nada. La presencia de la máscara a su lado bien podía identificarlo como el individuo que tanto les había complicado la vida desde que se entrevistaran con Mickey, el pequeño rapaz, en las Trece monedas pero no había manera de saberlo a ciencia cierta y algo les decía que tan siniestro personaje no era de los que se dejaba matar así como así. La sangre del cuello aún no había terminado de coagularse del todo lo que indicaba que el hombre había sido asesinado hacía poco tiempo. Buluc se agachó a registrar el cadáver. Cuando se incorporó, sostenía en su enorme manaza un medallón exactamente igual al que suyo. Se lo pasó al mago y siguió rebuscando entre los pliegues de la túnica.

-Parece que estamos en un callejón sin salida –murmuró Kervar sosteniendo ambos medallones.

La sombra de una emboscada se cernió de pronto sobre ellos, por lo que decidieron extremar las precauciones. Buluc, terminada su inspección del cuerpo, se dirigió a la puerta para ver si el responsable aún se encontraba por allí mientras Drell y Kervar rebuscaban en las estanterías y en la mesa para ver si encontraban algún hilo del que tirar, perdida la inestimable ayuda que les proporcionaba el medallón mágico. Entre las inmensas pilas de papeles, Drell encontró numerosas transacciones de varias compañías con distintas empresas de Absalom, recogidas todas en una suerte de libro de contabilidad. Navieras, distribuidores de armas, alquimistas, boticas, incluso alguna dirigida a la administración pública de la gran ciudad. Todas las misivas iban firmadas por el mismo nombre: Ashter Glarkon. Drell se lo comunicó a Kervar.

-¿Crees que puede ser Glarkon? –dijo el humano señalando con un pergamino a la figura tirada en el suelo.
-Es posible. Por lo que sabemos también tenía trato con adoradores de Norgorber, no es descabellado que utilice el mismo atuendo. Lo que no tengo tan claro es que sea el mismo al que nos enfrentamos en el templo de Iomedae.
Drell asintió con la cabeza mostrando su acuerdo. Siguieron registrando la estancia, aún a sabiendas de que realizar un registro en condiciones les llevaría horas, cuando escucharon un gran estruendo que hizo temblar el edificio entero, arrojándoles partículas de yeso desde el techo.
-¿Buluc? –preguntó Kervar dando un paso hacia la puerta.
-Eso ha sido cerca –respondió el semiorco asomando la cabeza-. Deberíamos movernos.

Como confirmando las palabras del semiorco, una barahúnda les llegó desde fuera. A los gritos de los asaltantes les siguieron las maldiciones e imprecaciones de la defensa de la ciudad, gritadas a pleno pulmón y, a continuación, el estruendo inconfundible de una batalla, librada en alguna localización adyacente al edificio en el que se hallaban.

-Llevémonos el libro –le dijo Kervar a Drell-. Lo examinaremos más tarde.
-Quizás Idarion pueda orientarnos –propuso Drell.
-Excelente idea pero lo primero es salir de aquí.

Renunciando a salir por la puerta principal, descubrieron una salida mucho más discreta cerca de donde se encontraban. Una puerta de madera cerrada con una palanca daba a una calle lateral. Trataron de bordear el edificio a fin de evitar la reyerta pero al doblar la esquina fue la batalla la que les encontró a ellos.

De un vistazo comprendieron que el estruendo inicial lo había producido un fragmento de la muralla que rodeaba al puerto al desmoronarse. Los atacantes la habían conseguido derribar de alguna forma y penetraban en tropel por la brecha ocasionada. Por lo que se podía leer en la batalla que se libraba, el acto había pillado a los defensores relativamente desprevenidos pues mientras que las tropas de Absalom surgían incesantes de la brecha en la muralla, los defensores acudían precipitadamente y desde todas direcciones a defender el sitio. Así pues el radio de la batalla se extendía rápidamente por la zona y pronto los compañeros se vieron completamente inmersos en ella.

Buluc, dispuesto como siempre a una buena pelea, desembarazó el espadón de la sujeción a su espalda y, gritando el nombre de Gorum a voz en cuello, se lanzó a la batalla. Se encaró con un soldado que vestía los colores de Absalom yle descerrajó un mandoblazo en el pecho que a punto estuvo de partirlo en dos cuando éste aun estaba decidiendo si era amigo o enemigo. Otros dos soldados de Absalom que se encontraban cerca se lanzaron a por el semiorco, que tenía problemas para recuperar su arma de entre los restos del desdichado al que había dado muerte. Antes de que se acercaran demasiado Kervar se adelantó, soltó un puñado de pétalos de rosa a la vez que murmuraba en lenguaje arcano y los dos soldados cayeron a la carrera, neutralizados por el sueño mágico del mago. A estas alturas los compañeros habían sido localizados y etiquetados por sus acciones como parte de la resistencia de la ciudad por lo que comenzaron a sufrir el hostigamiento de las tropas invasoras. Drell propinó una fuerte patada en el yelmo de un soldado que trataba de acercarse por la retaguardia, hundiendo el metal en la carne del infeliz, que gritaba presa de la angustia y el dolor. Sus compañeros, que también acudían a la carrera, hicieron un alto, mirando incrédulos los pies semidesnudos del monje. Uno trató de ayudar a su compañero mientras que el otro se encaró con Drell, que lo esperaba en guardia.

La batalla se iba decantando hacia el lado de los atacantes, pues la brecha parecía que no iba a dejar de vomitar tropas. Los combatientes andoranos comprendieron su derrota en aquel punto y los oficiales, o los que ejercían como tal en aquel caos, comenzaron a vociferar órdenes de replegarse y de retirada. Buluc, que había recuperado su espada y acabado con varios enemigos más, estudio con rapidez experta el desarrollo de la batalla y les gritó a sus compañeros.

-¡Debemos reunirnos con las tropas de Andoran o no saldremos de aquí!

Kervar lanzó uno de sus golpes telequinéticos hacia un soldado que se aproximaba peligrosamente al semiorco. Éste alzó su espada un tanto a modo de agradecimiento y se lanzó hacia adelante, tratando de alcanzar al grueso de las tropas defensoras, que se reunía y se retiraba por una calle a unos 20 metros de donde se hallaban. Drell continuaba batiéndose contra el grupo que lo había atacado inicialmente y, aunque había conseguido neutralizar a un par de enemigos, llevaba las de perder. La sangre goteaba por varios cortes y su camisa colgaba hecha harapos. Aún así mantenía la posición y trataba de acercarse a sus compañeros con discreto éxito.

Una nueva oleada de soldados llegó hasta ellos. Buluc lanzó un golpe horizontal para mantenerlos a raya y, sin perder el compás, golpeó a uno de ellos. No obstante, el movimiento lo dejó demasiado expuesto y uno de los soldados le propinó una estocada que traspasó su armadura y lo hizo gruñir de dolor, retirando rápidamente el cuerpo para evitar ser herido nuevamente. Al alzar la mirada vio que al frente de este nuevo grupo se encontraba un individuo enfundado en una armadura completa, negra como la pez y rematada por bordes afilados con un yelmo que ocultaba sus rasgos. Sostenía un mayal de terribles púas y la hacía girar, presto para entrar en combate. Kervar, al verlo aparecer en el escenario del combate no lo dudó y se acercó a donde combatía el semiorco susurrando un encantamiento. Cuando concluyó, un abanico de colores se extendió de su mano alzada, alcanzando a los soldados que combatían con Buluc y al soldado de negra armadura. Dos de los atacantes cayeron al suelo inconscientes y el soldado se llevó las manos al yelmo maldiciendo en voz alta, los ojos cegados por la intensa luz emitida por el mago. Buluc, que ya se estaba habituando a las artes de su compañero, no perdió un instante y acabó con el único soldado que había resistido los efectos del conjuro, traspasándolo completamente con su mandoble y cambiando su cara de sorpresa por una de terror, con la que cayó al suelo y murió. Cuando extrajo su espada del cuerpo de su enemigo se encontró con que el hombre de la armadura, pese a no haberse recuperado por completo, blandía su arma contra él y tras hacerla girar un par de veces para hacerle ganar inercia, lanzó un golpe dirigido a su cabeza. Buluc tuvo más problemas de lo previsto para esquivar el ataque, debido a lo inesperado del mismo, y se echó a un lado. Evitó de este modo que el mayal lo alcanzara en la testa pero no pudo evitar que la pesada bola erizada de púas le golpeara en el hombro haciéndole hincar la rodilla en tierra. El hombre de la armadura, demostrando el dominio que poseía de su arma, continuó el ataque casi en el mismo movimiento pero el semiorco ya estaba preparado y lo detuvo con el filo de su espadón. Con un molinete, destrabó el arma y le asestó un golpe ascendente que se coló por la axila de su oponente seccionándole el brazo casi por completo. Éste, trastabillando hacia atrás, aulló de dolor y, haciendo caso omiso de su maltrecho brazo, reanudó su ofensiva con mayor furia. Otro soldado se unió a su oficial y le lanzó al semiorco una estocada de punta que no alcanzó su objetivo y resbaló por su coraza. El guerrero de la negra armadura sincronizó su ataque con el de su compañero y le propinó un golpetazo salvaje en la cabeza al semiorco, que le hizo girar el cuello de forma brusca. Kervar, que observaba la escena, supuso que su compañero habría muerto tras recibir semejante golpe pero, igual que sucediera en el templo subterráneo, Buluc se repuso a aquél ataque mortal, giró de nuevo su cabeza y miró ferozmente a su oponente. Al sentir aquellos ojos salvajes y sedientos de sangre, el hombre reculó un tanto como paralizado y Buluc lanzó un mandoblazo desde arriba que su adversario consiguió detener a duras penas. La fuerza del golpe lo derribó como a un fardo y, desde el suelo, alzó su arma para tratar de defenderse de la furia asesina del semiorco pero el golpe de Buluc le seccionó en antebrazo, hundiéndole la espada en mitad del pecho. Tras esta proeza el semiorco pareció recordar que debería estar muerto y las piernas le fallaron, cayendo sobre su reciente víctima. El soldado que había intervenido en la riña se quedó estupefacto ante la escena que acababa de desarrollarse ante sus ojos y Kervar, que lo observaba todo atónito, le lanzó uno de sus golpes telequinéticos lanzándolo para atrás y apartándolo de su compañero. Drell, que contra pronóstico había conseguido desembarazarse de sus atacantes, realizó un salto prodigioso sin apenas tomar carrerilla que lo llevó a aterrizar junto a Buluc, propinando una patada a otro soldado que se acercaba. Apenas sus pies se posaron en el suelo realizó un nuevo salto, giró en el aire y golpeó con su talón al caer al soldado herido aplastándole  el cráneo y acabando con su vida. Kervar corrió junto a ellos.

-¡Debemos sacarlo de aquí!

A su alrededor la batalla parecía haberse tomado un respiro. Probablemente a causa de la muerte de su oficial, los atacantes dudaban en acercarse al trío, que se iba quedando cada vez más aislado en la oscura plaza. El elfo y el humano cogieron a su compañero de las axilas y se lo cargaron sobre los hombros avanzando penosamente en dirección hacia donde se retiraba la defensa de Almas en ordenada formación.
-Que no escapen.

Otro individuo enfundado en una armadura completa, similar a la que llevaba aquél que había abatido el semiorco, penetró en la plaza a través de la brecha. Ante la presencia de otro de sus mandos, la soldadesca no dudó más y se acercaron confiados a Drell y a Kervar, rodeándolos.

-Estáis atrapados –dijo el hombre de la armadura cuando llegó a la altura de sus subalternos-. Rendíos.

Drell y Kervar se miraron socarronamente. El elfo se veía mustio y agotado, perdido el halo de misticismo que solía rodearle, a todas luces sin más hechizos que conjurar. El humano por su parte lucía en su piel y en su ropa, ambas hechas jirones, las consecuencias de aquella larga jornada. Con una risa de resignación soltaron a Buluc que cayó con un sonoro golpe producido por el choque de su armadura contra el pavimento, mientras Drell adoptaba su pose de guardia y Kervar desenvainaba su espada larga. No obstante, su heroicidad solo les valió para deshacerse de un par de soldados antes de sucumbir a lo evidente, bajo los golpes de sus enemigos. La negrura los encontró con una sonrisa demente todavía bailando en sus labios.

Cuando recobraron el sentido y abrieron los ojos, el resplandor de una fuente de luz les obligó a cerrarlos de nuevo. El resto de sentidos comenzaron a funcionar antes y mejor que el de la vista. Sus oídos captaron un sonido como de crujir de madera y algunos lamentos emitidos por hombres a su alrededor. Hasta sus fosas nasales llegó el hedor de cuerpos hacinados, sucios y sin lavar de varios días. Sus bocas paladearon el sabor de la sangre seca, retazos de una batalla aún cercana en el tiempo. Sintieron el duro suelo bajo sus cuerpos y, al tratar de incorporarse cuando hubo pasado un buen rato, notaron el balanceo bajo sus pies que, tras comprobar que no cesaba con el paso del tiempo, supusieron que no se debía a la conmoción sufrida por el período de inconsciencia. Abriendo los ojos despacio y después de que se acostumbraran a la luz, comprobaron que ésta provenía de una antorcha situada a escasos metros de su posición. Cuando su vista se fue aclarando pudieron ver que, como su oído había captado, se encontraban rodeados de más gente y, para su consternación, en el interior de una gran jaula de metal cuyos barrotes estaban anclados al suelo y al techo, ambos de madera maciza. En la sala en la que se hallaban había como mínimo otras dos jaulas más y en su interior languidecían unos 5 ó 6 hombres sucios y heridos en mayor o menor medida con excepción de la jaula en la que se hallaba Kervar donde no había hombres, sino mujeres. Dichas mujeres llevaban túnicas de aspillera y, pese a hallarse sucias y desaliñadas, el elfo dedujo inmediatamente que se trataban de aristócratas. Su porte y su actitud de absoluta repugnancia hacia todo lo que les rodeaba en aquel momento, incluido el propio Kervar, las delataba. Probablemente la presencia del elfo en aquella celda se debía a una burla de sus carceleros hacia él mismo y hacia las nobles, horrorizadas al tener que compartir tan reducido espacio con un hombre desconocido.



Drell reparó en que en el interior de su jaula había 4 hombres más. Uno de ellos, casi un anciano, vestía lo que en tiempos mejores debía haber sido un hábito del sacerdocio de Iomedae, pues reconoció una vez más el símbolo de la diosa bordado en su túnica. Dos de sus compañeros de celda estaban tirados en el suelo, con sucios vendajes manchados con sangre y porquería y en estado de semiinconsciencia. El otro ocupante era un hombre de mediana edad, vestido únicamente con unos calzones y una camisa no demasiado ancha. Llevaba el oscuro pelo cortado muy corto y el rostro lo tenía amoratado, fruto de alguna paliza recibida no hacía mucho.

Por su parte, Buluc también compartía alojamiento con otras 4 personas. Uno de ellos se hallaba tumbado en el suelo entre harapos, tiritando salvajemente preso de algún tipo de enfermedad y más cerca de la muerte que del mundo de los vivos. Otro individuo vociferaba incesantemente, pidiendo que le sacaran de allí o se llevaran al moribundo, pues temía contagiarse de lo que fuera que lo aquejara. Los otros dos se mantenían en un rincón. Ambos eran guerreros a juzgar por su apariencia y por las numerosas cicatrices que surcaban sus corpachones. Sus manos eran unas manos inequívocamente acostumbradas a portar armas, llenas de callos y deformidades. Se encontraban heridos indudablemente aunque aguantaban el tipo estoicamente sin quejarse, acostumbrados a tales avatares y miraban serios al semiorco que se desembarazaba de las nieblas de la inconsciencia.

-Te quedará un buen chichón –dijo uno de ellos cuando Buluc se llevó la mano a la terrible herida de su cráneo-. Es un milagro que sigas vivo tras semejante golpe.

Buluc lo miró desenfocado, recordando la batalla que lo había hecho acabar en aquella situación. Cuando fue a hablar comprobó que tenía la boca pastosa y le costó emitir sonido alguno.

-Mi dios no ha dispuesto que llegue mi hora –susurró, articulando con dificultad.

Tras estas palabras, musitó una plegaria a Gorum, pidiendo curación para su maltrecho cuerpo pero apenas las palabras salieron de sus labios, Buluc las notó vacías, faltas de poder y de sentido y supo que no obtendría respuesta del dios de la batalla.

-No te canses semiorco –dijo desde la otra celda el clérigo de Iomedae, contemplando la escena y adivinando las intenciones de Buluc-. Aquí Gorum no puede escucharte. Ni Iomedae. Ni ningún otro dios. Tampoco funciona la magia arcana, si tu compañero elfo se lo está preguntando. Estamos bajo los efectos de algún tipo de campo antimagia y uno poderoso además. Está todo bien atado.
-¿Campo antimagia? –preguntó Drell a su compañero de celda.
-Así es hijo, es una zona donde no funcionan ni hechizos ni plegarias. Deben poseer algún tipo de artefacto del cual emana dicho campo, puesto que el hechizo del mismo nombre tiene una duración finita y en ningún momento hasta ahora he podido comunicarme con mi diosa, por mucho que lo haya intentado.
-¡Parece que sabes mucho sobre esto! –gritó el hombre vociferante, fuera de sí.
-¿Dónde estamos? –inquirió el monje, haciendo caso omiso del enajenado grito.
-Todos somos prisioneros de Absalom, todos caídos en la batalla que se desató tras caer la muralla del puerto aunque las mujeres ya estaban aquí cuando nos trajeron. Vosotros y algunos otros estabais inconscientes al llegar y os arrojaron a estas celdas. Algunos murieron y los sacaron cuando repararon en ello, que suele ser cuando vienen a alimentarnos, una o dos veces por día. Nos encontramos a bordo de un barco en el que embarcamos hace casi dos días y que se dirige a un destino incierto aunque si hemos conservado la vida apostaría a que nos van a vender como esclavos así que Cheliax es la opción más plausible. Por cierto –agregó tras una pausa para tomar aliento-, mi nombre es Lair.
-Drell –repuso el monje dubitativo tras la perorata del anciano. Se notaba que había tenido tiempo para pensar-. ¿Están bien estos hombres?
Drell se dirigió al fondo de la celda, donde se hallaban tendidos los dos hombres malheridos, bajo la atenta mirada del individuo de la cara amoratada.
-Los trajeron heridos de consideración pero los curan cada día –dijo el anciano, de nombre Lair-. No obstante, las condiciones insalubres de esta bodega no son ideales para la recuperación. El hombre de aquella celda está en peores condiciones. No creo que resista al viaje.
-¡Y nos matará a todos! –volvió a gritar el hombre nervioso, agarrado a los barrotes de su jaula-. ¡Está enfermo joder, es que no lo ven!
-¡Cierra la bocaza! –le espetó uno de los guerreros de su propia celda, con una mirada cruel.- ¡O acabarás peor que él!

La amenaza pareció surtir efecto pues el hombre se volvió asustado y se acurrucó en el rincón de la jaula más alejado de los otros dos individuos, mirándolos con rostro de auténtico pavor.

Drell por su parte examinó los vendajes de los hombres heridos de su celda. Estaban aceptablemente limpios aunque le humedad de aquél sótano hacía que las heridas estuvieran maceradas y con aspecto infectado. Al verlas comprendió que pese a los cuidados que les proporcionaban si no salían pronto de esa celda morirían irremisiblemente.

De pronto, una puerta que quedaba justo en el linde del círculo de luz proyectado por el candil se abrió, dando paso a dos hombres de aspecto patibulario que portaban tres cuencos de comida y sendas jarras de agua. Dejaron un gran cuenco y una jarra delante de cada celda y examinaron a los heridos desde fuera. Al llegar a la celda de Buluc y ver al moribundo murmuraron entre si y uno de ellos salió fuera, para volver al poco tiempo con cuatro hombres más de su misma calaña, armados con porras y sables. Uno de ellos se acercó a la puerta y sacó un manojo de llaves.

-¡Atrás, al fondo de la celda! –ordenó el de las llaves, a la par que dos de los gorilas asestaban estocadas al aire para hacer retroceder a los presos.

Cuando se hubieron amontonado en el fondo de la celda, para angustia del alborotador que se orinó encima al verse tan cerca de sus compañeros de celda, abrió la celda y entraron dos hombres mientras los de los sables los mantenían a raya y se llevaron al hombre moribundo, cerrando la puerta en cuanto hubieron salido. Antes de irse, empujaron sin ningún cuidado el cuenco de comida y la jarra de agua para dejarlos al alcance de los presos y derramando parte de su contenido por el suelo. Los hombres de las jaulas comieron en silencio el guiso de pescado una vez se hubieron ido los carceleros, turnándose la única cuchara y pasándose la jarra de agua. Drell y Lair trataron de hacer que los heridos de su celda tomaran algo del guiso mientras el hombre silencioso aceptaba su parte cuando le tocaba sin pronunciar palabra. Las mujeres de la celda de Kervar miraron con asco al resto de reos que comían con avidez y compartían la cuchara y la jarra pero acabaron aceptando el cuenco que les pasó el elfo tras haber saciado algo su apetito, vencida su reticencia por el hambre atroz que sentían.

Durmieron como pudieron aquella noche, acurrucados los unos contra los otros para protegerse del frío infame que invadía la bodega, salvo Kervar que durmió en un rincón solitario en su celda. Al día siguiente los compañeros de Drell seguían vivos. A primera hora entraron de nuevo unos hombres y los sacaron de sus celdas, devolviéndolos al cabo de un tiempo con los vendajes cambiados. Drell se dirigió a los carceleros cuando volvieron con los heridos.

-Deberían trasladarlos, el hacinamiento y la humedad son perjudiciales para ellos. Si pasan más tiempo aquí morirán.

Sus guardianes lo miraron como quien mira a un animal inmundo e hicieron caso omiso de las palabras del monje. Depositaron a los heridos en el interior de la celda sin ningún cuidado y se marcharon como habían venido.

El resto del día transcurrió de forma anodina. Kervar se divirtió como pudo intentando galantear a sus compañeras de celda pero las susodichas no parecían tener muchas ganas de jarana y se dedicaron a contestar fríamente al elfo. Buluc se sentía algo mejor aunque le dolía la cabeza terriblemente y aún se mareaba si movía la cabeza bruscamente de modo que pasó la mayoría del tiempo tumbado en el suelo de su celda. Drell se dedicó a meditar, sentado solo en un rincón de su celda, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. El balanceo casi rítmico del barco ayudó a su propósito y antes de que se diera cuenta la puerta de la bodega volvió a abrirse. Un individuo bajo y algo enclenque entró por ella, con una pluma y un pergamino sobre una tablilla y acompañado de varios de los hombres que acostumbraban a visitarles para la comida portando cadenas y grilletes. En primer lugar se dirigieron a la celda de las mujeres y ordenaron a Kervar que se quedará al fondo mientras que a las aristócratas las hicieron formar en fila y salir de la celda, colocándoles conforme salían los grilletes en las manos. En cuanto estuvieron fuera de la jaula las sacaron de la bodega de forma ordenada. El hombre iba haciendo una serie de anotaciones y cuando hubo terminado se dirigió a la celda de Buluc. Al mismo tiempo entraron más hombres en la estancia, unos con grilletes y otros con porras y espadas. Hicieron salir a los hombres de uno en uno y repitieron la operación, engrilletándoles según iban saliendo. Repitieron la operación con la celda de Drell, colocando grilletes también a los soldados malheridos y, por último, sacaron a Kervar. Les hicieron formar una ordenada fila y desfilaron hacia la puerta de la bodega.

Al salir, la claridad diáfana del mediodía les alanceó los ojos y todos los presos, después de los días pasados a la luz trémula del candil, tuvieron que echarse las manos al rostro para protegerse los ojos. Sus captores les hicieron caminar a ciegas, tropezando unos con otros pero al cabo de unos minutos la vista se les fue acostumbrando a la luminosidad y la visión que contemplaron los dejó sin aliento. Penetraban en ese momento al puerto de una gran ciudad, traspasando los espigones que marcaban la amplia entrada por la que circulaban con holgura casi cuatro naves en paralelo. Más adelante se podía atisbar un bosque de mástiles de todas las formas y alturas, coronados con las más diversas enseñas que pintaban de múltiples colores el ajetreado puerto. Tras un vistazo se podía observar que los colores predominantes eran el azul celeste de Absalom y el rojo y negro de Cheliax. Efectivamente, casi por cada bandera con el ojo alado había otra con las espadas inversas y el escudo de Cheliax. Extrañado de esta asociación, Lair rebulló inquieto.

-Que me aspen si entiendo que ha llevado a Absalom a aliarse con los siervos del Infierno –musitó-. Fue una sorpresa ver a los Caballeros Infernales combatiendo a su lado en Andoran pero esto traduce una alianza a una escala superior.

- ¡Silencio!

Un oficial se llegó hasta su posición y golpeó al anciano en la cabeza, haciéndole caer. Drell le ayudó a incorporarse, cuando oyó una voz queda que susurraba su nombre. Agachado como estaba, sosteniendo a Lair, Drell miró sobre su hombro. El hombre callado de su celda, con aspecto grave, se encontraba detrás suya y con una mirada le hizo saber que era él quien le llamaba. Cuando se irguió, el monje se rezagó un tanto para estar más cerca de él.

-¿Ves a aquél caballero sobre la cubierta de proa? –le preguntó con voz casi inaudible.

Drell asintió con la cabeza.

-Me jugaría el cuello a que ese objeto que cuelga de su cinto es la fuente del campo antimagia del que hablaba el anciano –continuó-. Creo que  puedo encargarme de él. ¿Estarías tú y tus amigos dispuestos a luchar por salir de aquí?

Drell se volvió más para mirarlo. El hombre lo miraba con el rostro circunspecto, detrás de las numerosas cicatrices que exhibía. Se giró para observar el objeto al que se refería, que era una esfera de superficie lisa y negra como el carbón que colgaba a la altura del muslo de un Caballero Infernal que vociferaba órdenes sin parar, sujeta con una maraña de cadenas. Volvió a mirar a la cara al individuo: por lo visto no fanfarroneaba.

-Lucharemos. Pero antes debo advertirles.

Ahora fue el turno del otro para asentir. Les llevaron a todos hacia la mitad de la nave, mientras la tripulación se preparaba para la maniobra de atraque. Los soldados y guardias se distribuyeron estratégicamente alrededor de los prisioneros, con varios Caballeros Infernales dirigiendo a la soldadesca. Drell se abrió paso hasta donde estaban Buluc y Kervar y les comunicó lo que su compañero de celda le había propuesto. Como había supuesto, ambos estuvieron de acuerdo con el plan.

-Nuestro equipo –susurró el elfo- debe encontrarse en ese baúl a proa.

Con la cabeza señaló un enorme arcón que en ese momento transportaban entre dos marineros hacia la proa del barco. Dado que la cubierta en esa parte de la embarcación ocupaba una posición más elevada respecto a donde ahora se encontraban, el mueble era perfectamente visible.

-Y ese tío debe tener las llaves de los grillos –Buluc señaló a otro Caballero Infernal, que pululaba por la cubierta de babor.
-Así me gusta –dijo Kervar con una media sonrisa-. Esto es un equipo.


Drell buscó al hombre de la celda con la mirada, para descubrir que no había dejado en ningún momento de observar sus movimientos. Cuando sus ojos se cruzaron, realizó un leve movimiento con la cabeza, dando a entender que estaban preparados. El otro se movió despacio rodeando al grupo de presos, hasta quedar situado a unos pocos metros del caballero que portaba la esfera.
La embarcación, que llevaba izada la bandera chelia, navegaba despacio con las velas medio recogidas esperando su momento para acercarse a alguna de las innumerables dársenas que ofrecía el inmenso puerto de Absalom, pues sin duda arribaban a la Ciudad del Centro del Mundo. Tras las miles de embarcaciones fondeadas, se atisbaba la gran urbe, con el capitel de la catedral que, según la tradición daba cobijo a la Piedra Estelar sobresaliendo como un faro por encima del resto de edificios. En un momento dado, el Caballero Infernal se acercó a la borda apoyando una mano en la balaustrada. En ese instante, el hombre de la celda soltó un gruñido e inició una corta carrera hacia su objetivo y, cuando estuvo a punto de colisionar con él, bajó los brazos impactando con su hombro derecho en el bajo abdomen del caballero e incorporándose bruscamente lo hizo volar por encima de la baranda. El grito que profirió al caer hizo que todo el mundo se girarse hacia donde se encontraban los presos. Sin perder un segundo Kervar, que notaba de nuevo la magia fluir por su interior, realizó un leve movimiento de su mano y el manojo de llaves que colgaba del cinto del Caballero Infernal que se encontraba al otro lado de la nave comenzó a flotar hacia su mano extendida.  Sin embargo, cuando las llaves se habían separado apenas unos centímetros, el movimiento cesó de pronto y, consternado, el mago se dio cuenta que las llevaba sujetas al cinturón con una cadena metálica y que la fuerza del hechizo no iba a ser capaz de romper los eslabones. Las llaves quedaron un momento suspendidas en el aire con la cadena que las unía a su propietario tensa como una cuerda de arpa pero cayeron cuando el elfo canceló el encantamiento. Drell, al ver fracasar a su compañero, salió del grupo veloz como un rayo y realizando un salto prodigioso hacia el Caballero Infernal, apoyó una pierna en su pecho y lo lanzó hacia atrás con una fuerza descomunal. Aprovechando el impulso, realizó un salto mortal hacia detrás a la par que echaba mano del manojo de llaves. La cadena se hizo añicos a causa de la fuerza del golpe y el caballero atravesó la balaustrada de madera, cayendo al mar mientras profería un grito de puro terror. Tras aterrizar con las llaves en su poder, Drell tuvo que girar las muñecas en un ángulo extraño para conseguir liberarse pero cuando los grilletes se abrieron y cayeron sobre la cubierta se sintió infinitamente más ligero, como si se hubiera librado de un peso mucho mayor del que representaban las argollas de acero. A su alrededor, el barco había estallado en el caos más absoluto.

Lair elevó su poderosa voz de barítono en una plegaría rítmica y todos los que estaban a su alrededor sintieron la gracia de Iomedae penetrando en sus cuerpos y eliminando los vestigios de la fatiga y las heridas recientes. Kervar y Buluc, aprovechando la confusión, se dirigían rápidos como centellas hacia proa, con el objetivo de alcanzar el arcón donde estaban sus pertenencias, cuando un individuo de tez cetrina les cortó el paso blandiendo un alfanje. Casi sin renunciar a la carrera, Kervar levantó las manos que aún llevaba unidas y le lanzó un golpe telequinético que impactó en el sorprendido soldado, haciéndole trastabillar unos cuantos pasos hacia atrás. Buluc lo embistió con la cabeza en una carga salvaje, quitándoselo de en medio y siguieron corriendo como alma que lleva el diablo entre el torbellino de cuerpos que luchaban en cubierta. Un individuo salió de entre la multitud pillando al elfo y al semiorco por sorpresa. Buluc, que iba en cabeza, apenas si lo vio pasar pero Kervar se lo encontró de frente y apenas tuvo tiempo para apartarse cuando su enemigo blandió una porra de madera en dirección a sus costillas. El crack que se escuchó fue terrible y Kervar se dobló y vomitó, presa de un terrible dolor. Si no cayó fue gracias a la adrenalina que fluía por sus venas y a la determinación que se reflejaba en su cara pero si clavó la rodilla en tierra, rodeándose el torso con los brazos y jadeando con dificultad. Buluc frenó su carrera y se dio la vuelta para auxiliar a su compañero cuando un rayo de luz abrasadora surgió de entre la muchedumbre y alcanzó al soldado de la porra en mitad de la cara derritiendo sus facciones como si fuesen de un muñeco de cera. Con un alarido indescriptible, el desdichado se echó las manos a la cara, cayó a cubierta y rodó un par de veces antes de quedarse completamente inmóvil. Buluc levantó la mirada de aquel dantesco espectáculo para ver a Lair con el rostro circunspecto y la palma levantada apuntando en dirección del soldado derretido. Agachó la cabeza en señal de respeto, dio la vuelta y siguió corriendo hacia la proa.

Drell observaba el desarrollo de los acontecimientos desde su posición y observó como Kervar era golpeado. Tenía además sus propios problemas pues varios soldados habían visto su movimiento y se acercaban hacia su posición, desplegándose para rodearlo. Corrió con las llaves en la mano y se acercó a la balaustrada de babor, apoyándose en ella dispuesto a saltar por encima de aquellos que se acercaban con aviesas intenciones, cuando la baranda cedió bajo su peso y se precipitó hacia las olas. Con un esfuerzo ímprobo, en el último momento consiguió asirse al borde, evitando la caída y de paso sujetando el manojo de llaves que caía sin remisión al mar. Sin perder un segundo se rehízo y subió de nuevo a cubierta con un salto poderoso, esquivando a sus atacantes. Lanzándose a la carrera, asió un cabo que colgaba cerca suyo, tomo impulso y se plantó al lado del elfo en un santiamén, si bien, al aterrizar ya le esperaban varios de los tripulantes armados que se cernieron sobre él apenas puso el pie de nuevo en la madera de la cubierta. Se defendió como gato panza arriba pero no pudo evitar ser alcanzado por varios de los golpes que le llovieron desde todas direcciones. A su vez golpeó al azar en varias ocasiones, impactando casi siempre en su objetivo pero con fuerza insuficiente como para causar verdadero daño y, cuando estaba resignado a abrazar a las tinieblas una vez más, vio brillar un resplandor y escuchó silbar el espadón de Buluc. Se oyó un chasquido húmedo y la sangre salpicó la cubierta. Levantó la vista en el momento preciso para esquivar el cuerpo decapitado que caía sobre él. El resto de soldados se giraron para enfrentarse al semiorco mientras Drell le lanzaba las llaves y reanudaba la ofensiva, golpeando esta vez con mayor eficacia consiguiendo abatir a un enemigo con una ráfaga de golpes de sus puños. Una vez Buluc se hubo liberado no tuvieron ningún problema para acabar con el resto de enemigos y por un instante se quedaron solos en el centro de la cubierta, como en el centro de un huracán con el caos del pequeño motín que habían originado girando a su alrededor. Recogieron a Kervar, que aún seguía consciente, y se encontraban buscando una salida cuando una voz los llamó desde el mar.

-¡Drell! ¡Semiorco! ¡Saltad del barco!

En dos zancadas, Drell se asomó por la borda de estribor. Sobre una chalupa, Lair, el sacerdote de Iomedae y el hombre callado de la celda de Drell que había instigado la revuelta, maniobraban debajo del casco y les hacían señas para que saltaran.

-¡Trae a Kervar! –dijo Drell.

Con una patada, desenrolló un cabo que estaba tirado en cubierta cerca suyo y lo lanzó por la borda. Su longitud apenas alcanzaba hasta la mitad del casco pero se agarró a él y se lanzó por la borda, saltando a la barca limpiamente cuando llegó al extremo del cabo, que oscilaba a unos 3 metros por encima del agua. Desde abajo, esperaron lo que les pareció una eternidad antes de ver como Buluc arrojaba el cuerpo del elfo sin ninguna delicadeza por encima de la balaustrada. Cayó al agua cerca de la barca con un sonoro impacto y lo sacaron del agua entre todos sin mayores problemas. Cuando subían a bordo al empapado y dolorido mago se oyó otra salpicadura importante y una ola considerable los empapó a todos e hizo zozobrar la pequeña embarcación. Sorprendidos miraron hacia arriba y vieron a Buluc saltar de la nave ignorando el cabo que había tendido el monje y sumergirse en el agua para emerger segundos después cargando con el cuerpo sin vida de un Caballero Infernal.

-Me siento desnudo sin llevar metal encima –respondió jocoso Buluc a la pregunta silenciosa formulada por las miradas perplejas de sus compañeros.

La embarcación era suficientemente grande para contenerlos a todos pero el peso extra de la armadura hacía que bogar fuera particularmente penoso. Drell relevó a Lair de su puesto en los remos y entre él y el hombre de las cicatrices en el rostro, se alejaron de la nave esclavista que los había llevado hasta allí. Buluc, por su parte, se dedicó a la tarea de despojar al soldado de su armadura y, cuando hubo terminado, arrojó el cuerpo inerte por la borda sin ningún miramiento. Nadie habló mientras se encontraban a bordo de la chalupa, remando hacia una playa vecina que se encontraba extramuros de la magnífica ciudad que se alzaba a pocas millas de su posición y vigilando nerviosos esperando que en cualquier momento los interceptara cualquier barco de la guardia del puerto. Pero por esta vez la fortuna estuvo de su parte y consiguieron alcanzar la orilla arenosa sano y salvos y, aparentemente, sin ser vistos.

Cuando pusieron los pies en la arena y sacaron la barca del agua contemplaron la playa en la que habían desembarcado sobre la que se alzaba imponente un alcázar bien cuidado y aparentemente en pleno funcionamiento. Sus robustas murallas aparecían íntegras y por sus almenas pudieron observar los paseos de los guardias que patrullaban ocasionalmente. No obstante, nadie dio la voz de alarma así que, prevenidos contra una posible visita de aquellos soldados, se apresuraron a camuflar la pequeña patera como pudieron a los pies del acantilado que delimitaba la playa, entre algunos matorrales bajos que crecían a poca distancia de la arena.

-Es el Fuerte Guardaestrella –explicó el hombre taciturno mientras trasladaban el bote-. Se ocupan de la defensa de la ciudad y de hacer cumplir la ley entre sus muros. A poco más de una milla hacia el norte se encuentra Dawnfoot, un pequeño asentamiento que alberga a los ocupantes del fuerte y sus familias.

-Pareces saber mucho sobre esta zona –le espetó Kervar, ya recuperado gracias a la intercesión de Buluc y de su dios del hierro.


-Si bueno… -titubeó, como si dudara seguir hablando. Finalmente pareció decidirse-. En fin, creo que deberíamos empezar por el principio. Mi nombre es Duncan Aslak y soy un Caballero del Águila.
Los compañeros ocultaron su sorpresa, no así Lair que lo miró con ojos fijos. Los Caballeros del Águila eran una facción de soldados de élite dependientes del gobierno de Andoran que se dedicaban a preservar y difundir los principios de la revolución andorana como el gobierno popular, el libre comercio y la libertad individual. Operaban tanto dentro de las fronteras de Andoran, cooperando con las fuerzas armadas protegiendo las fronteras y las rutas comerciales, como fuera de ellas, llevando la filosofía andorana a otras gentes y tratando de detectar y eliminar a quienes amenazan la seguridad de su nación y luchando contra el comercio de esclavos.

-Fui capturado como vosotros en la batalla que tuvo lugar tras la muralla del puerto –prosiguió Duncan-. Como Caballero que soy, acudí a la defensa de la zona cuando supe del ataque pero lo cierto es que la misión que se me había encomendado era otra bien distinta. Leird, el hijo de su Excelencia Codwin I de Augustana, Elegido Supremo de Andoran, ha desaparecido.
De nuevo Lair dio leve respingo al conocer la noticia.

-Se encontraba realizando maniobras en el puerto cuando comenzó el ataque –explicó el Caballero andorano-. De hecho, se puede considerar el detonante de la invasión a Almas pues su barco fue tomado y llevado fuera de puerto justo antes de que avistáramos las primeras naves enemigas. Así pues, mi deber es encontrar y traer de vuelta al hijo del Elegido Supremo y Absalom parece el sitio idóneo para empezar a buscar.
-Como si no tuviéramos bastante cosas de las que ocuparnos –resopló Buluc por lo bajo.
-No os pido que cumpláis la misión que me ha sido encomendada, si no que conozcáis la situación por si podéis echarme una mano –contestó Duncan algo airado.
-Por supuesto, ayudaremos –terció Kervar, conciliador-. Lo que quería decir mi compañero es que nosotros también tenemos nuestro propio cometido.
-Me hago cargo.

Tras esta introducción algo tensa se sucedieron las presentaciones pertinentes y el elfo procedió a relatarles en breves palabras lo ocurrido desde su llegada a Almas. Contó cómo fueron contratados para eliminar a un supuesto espía que conspiraba para Absalom y como al final descubrieron que el espía era aquél que les había contratado. Describió su batalla contra él en el templo de Aroden bajo las calles de Almas, su entrevista con Magnus, paladín de Iomedae, y su acuerdo para encontrar y devolver aquello que fue sustraído del templo. Por último, les narró cómo fueron hechos prisioneros en la batalla del puerto.

-Conozco a Magnus –dijo Lair, apenas concluyó el relato-. Es un hombre justo y piadoso, si sois sus aliados ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
-Y nosotros lo agradecemos, sacerdote –contestó Kervar cortésmente.
-Deberíamos pensar en nuestro siguiente paso –intervino Drell, pragmático.
-Tiene razón –asintió el elfo-. Debemos pensar un plan a seguir aunque creo que lo más lógico parece tratar de infiltrarnos en la ciudad para recabar información.
-Ahora mismo está bajo ley marcial, así que entrar y salir de Absalom no va a ser cosa fácil –replicó Duncan-. Pero tenéis razón, creo que es lo mejor que podemos hacer. Solo tenemos que pensar cómo hacerlo.

Hubo unos instantes de silencio, cada uno rumiando para si sus propias opciones. Al cabo de un minuto, Drell volvió a hablar.

-Podríamos servirnos de eso –señaló la armadura de caballero infernal, que Buluc había envuelto en una manta.
Todos miraron primero a Drell y después a la armadura, entendiendo al punto las intenciones del monje.
-¡Pues claro! –exclamó Lair-. El semiorco puede hacerse pasar por un oficial y nosotros por sus prisioneros.
-Es arriesgado, pero podría funcionar –aprobó Duncan tras meditarlo unos instantes-. Déjame echar un vistazo a esa armadura.
El caballero andorano la examinó ordenando las piezas sobre la manta.
-Parece que pertenecía a un caballero de la Orden del Clavo, una facción de los caballeros infernales dedicada al descubrimiento, caza y castigo ejemplar de delincuentes o aspirantes a ello. Conozco el nombre de algún miembro de dicha Orden, de modo que sí, vuestro plan puede ser factible.

La tarde se les echaba encima, con el sol ocultándose y menguando sobre el acantilado que cercaba la playa. Los tonos púrpuras que iba adquiriendo el cielo se reproducían en las calmadas aguas de la bahía, cada vez más oscuras. Acondicionaron la barca en la que habían arribado como vivac y se repartieron los turnos de guardia. Muertos de hambre y de frío, durmieron lo que pudieron en aquella solitaria extensión de arena, pese al suave arrullo del mar acariciando la arena de forma suave y constante.
Al día siguiente decidieron caminar por la orilla para no dejar huellas hasta que pudieron abandonar la playa, que dio paso a una suerte de terreno agreste, primero árido, cubierto de matorral bajo y más adelante tapizado de hierbas altas. La topografía del terreno les ayudó a pasar desapercibidos, máxime teniendo en cuenta el ruido que producía el semiorco portando la armadura en el improvisado hatillo. Drell avanzó por delante para evitar encuentros desafortunados y pudo comprobar que el asentamiento del que había hablado Duncan, el pueblo que había llamado Dawnfoot, bullía de actividad y se encontraba fuertemente militarizado, con presencia de numerosas patrullas que pululaban por los alrededores. Consiguieron progresar sin ser vistos y, de esta forma, alcanzaron un bosquecillo de árboles de hojas recias, coriáceas, que proporcionaba sombra y cobijo y que se encontraba lo suficientemente cerca de una de las puertas de la ciudad para que decidieran detenerse.

-Drell y yo iremos por delante para comprobar el nivel de vigilancia –anunció Kervar-. Buluc, podrías aprovechar para ir poniéndote la armadura, así también podréis valeros de ella si os descubren aquí.

Sin esperar respuesta, los dos compañeros se deslizaron sin hacer el más mínimo ruido entre los troncos de los árboles. Anduvieron por una pradera ondulante, sin protección alguna, durante casi un kilómetro, temiendo a cada paso un encuentro desafortunado pero, por suerte, el tránsito por aquella zona parecía ser bastante reducido. Algún destacamento no demasiado numeroso que recorría en ambos sentidos el camino que llevaba desde la puerta oriental de Absalom hasta Downfoot pero fuera de él no encontraron ningún problema y pudieron avanzar hasta la puerta de la ciudad sin sobresaltos. Se apostaron entre la maleza en un lugar desde donde podían vislumbrar la barbacana situada frente a la entrada, guardada por una patrulla bien armada y pertrechada. El escaso tráfico del camino hizo que tuvieran que esperar casi una hora hasta que la primera patrulla se presentó ante la puerta, tratando de acceder a la ciudad. Observaron como les daban el alto y conversaban entre ellos someramente. Tras el breve intercambio de palabras, traspusieron la entrada y no pudieron ver nada más. Considerando insuficiente la información obtenida, se arriesgaron a avanzar hasta una posición más cercana, de nuevo ocultos en la maleza. Durante un largo período de tiempo ninguna patrulla trató de entrar a la ciudad, si bien salieron varios grupos de soldados, tanto propios de Absalom como de Cheliax, a cuyo mando iba casi invariablemente un Caballero Infernal. Casi anocheciendo, una unidad cheliana, con su Caballero Infernal al frente, llegó por el camino y se detuvo frente a la barbacana. Se produjo el habitual intercambio de palabras, que no pudieron oír, y vieron como al pasar por la primera defensa, se detenían en una segunda estructura defensiva, situada en el interior de la muralla y eran minuciosamente registrados.

-Parece que se lo toman en serio –murmuró el elfo, socarrón.

-Deberíamos regresar –fue la lacónica respuesta de Drell.

Biblioteca

Información sobre Golarion


Dioses

En Golarión se adoran multitud de dioses.

Estados de pj

Los distintos estados en los que puede quedar un personaje

Votos de Monje

Los diferentes votos que puede escoger un monje

Fichas de Pj

Cuando un Héroe cae otro se levanta

Conjuros

La magia es un arma muy poderosa

Habilidades

De qué son capaces los Héroes

Heroes de Golarion Designed by Templateism | Blogger Templates Copyright © 2014

Imágenes del tema: richcano. Con la tecnología de Blogger.