Buluc lanzó un salvaje grito de guerra y corrió a
enfrentarse con la bestia. Mientras corría Kervar comenzó a murmurar y rebuscó
en sus bolsillos. Cuando encontró lo que buscaba comenzó a salmodiar haciendo
intrincados gestos con una mano mientras con la otra dejaba caer un polvo
oscuro. Cuando acabó el cántico señaló hacia Buluc que comenzó a crecer a ojos
vista hasta doblar su tamaño, superando a su adversario que pareció dudar al ver
semejante prodigio. Drell corrió hacia el encapuchado, que también recitaba una
letanía con los ojos entrecerrados. De su mano salió un proyectil ígneo que
pasó a escasos centímetros de Drell, chamuscándole parte de la ropa y
derribándole. Pero el destino no era el humano y fue a explotar junto a Kervar,
que acababa de terminar su conjuro transmutador y apenas tuvo tiempo para verlo
venir y lanzarse a un lado, tratando de evitar la deflagración. No obstante
solo tuvo éxito parcialmente y tras la explosión salió despedido contra la
pared, con parte de la túnica ardiendo. Rodó para extinguir las llamas aullando
de dolor y cuando lo hubo conseguido se incorporó a duras penas.
Sobre el altar tenía lugar una batalla épica. El choque de
las armas hacía brotar chispas del acero y las fuerzas estaban bastante
parejas. Ninguno conseguía asestar un golpe definitivo y aunque ambos lucían
heridas leves, ninguna era de consideración. En un momento dado el semiorco
detuvo un golpe con su arma y dejó dejando resbalar el mandoble sobre el de su
adversario. Viendo una oportunidad el demonio aplicó su fuerza para tratar de
herir al semiorco, que gruño cuando el filo del mandoble de la bestia se hundió
en su carne. Con un rugido destrabó su arma de la de su oponente, que se clavó
un poco más en su hombro pero le permitió asestar un golpe ascendente de corto
recorrido que alcanzó a su oponente en el costado. Utilizó su peso para
liberarse de la mordedura del acero y, al mismo tiempo, hundir su arma un poco
más en el cuerpo de su oponente. La criatura soltó un rugido inhumano y golpeó
a Buluc salvajemente en el rostro, que salió trastabillando hacia atrás. Se
echó mano a la herida, de la que brotaba abundante sangre, y volvió a rugir,
desafiando al semiorco.
Kervar, levemente aturdido tras la explosión, contemplaba
ora el combate, ora al encapuchado, que se defendía como podía de los golpes
sin armas de Drell. Al ver que el humano llevaba las de ganar, pues con buen
criterio no permitía que su enemigo tuviera tiempo para conjurar y le atosigaba
continuamente, propinándole algún golpe que otro, centró su atención en la
bestia, atraído por el rugido de desafío que profirió tras sufrir la herida en
el costado. Levantó la mano y lanzó un golpe telequinético que impactó en la
enorme mole del demonio. Más que a causarle verdadero daño el golpe iba
destinado a distraer su atención y surtió el efecto deseado pues al recibirlo
sin esperarlo volvió la cabeza en su dirección, momento que aprovechó Buluc
para empalarlo con su mandoble.
Cuando la bestia profirió su último aliento el mago
encapuchado lanzó una puntada que Drell esquivó con facilidad pero aprovechó la
ocasión para, con un simple gesto, desparecer de la vista.
-¡Ha desaparecido! –advirtió Drell.
-¡Las puertas! –gritó Kervar al oir la advertencia de su
compañero-. ¡Cerrad las puertas!
El elfo se apresuró a clausurar las grandes puertas de
bronce que habían quedado entreabiertas tras su irrupción en el templo. Buluc,
recuperado su tamaño original, se dirigió a la parte opuesta del templo e hizo
lo propio con otra entrada que allí se ubicaba. Drell, por su parte, trató de
localizar al mago encapuchado sin mucho éxito por lo que se apresuró a socorrer
al guerrero caído que presentaba una tremenda herida en el pecho aunque según
pudo comprobar su vida no corría peligro. Tras cerciorarse de este punto, le
pareció escuchar un ruido a su espalda y cuando se volvió a mirar comprobó con
horror que el demonio parecía incorporarse con un rugido estentóreo. Su mirada
al incorporarse era de completa locura. Mientras se incorporaba pareció divisar
a Kervar y en dos grandes trancos se lanzó a por el enarbolando el mandoble. El
elfo rodó ágilmente por el suelo, esquivando el golpe a duras penas. Poniéndose
en pie de un salto, junto las manos por los pulgares y, extendiendo los dedos
en forma de abanico pronunció:
-¡Kair tangus miopiar!
Un cono de llamas surgió de sus manos abiertas abrasando al
demonio que intentaba recuperar la posición y que volvió a rugir
ensordecedoramente. Se giró bruscamente y soltó un mandoblazo que alcanzó al
elfo en mitad del torso. Por suerte el golpe, producto del dolor y de la rabia,
no iba bien orientado y el arma no impactó limpiamente en el cuerpo del elfo
aunque la fuerza con la que iba impulsado fue suficiente para dejar a Kervar
fuera de combate.
Buluc cruzó la estancia velozmente y lanzó un ataque directo
a la enorme criatura, al tiempo que caía su compañero pero su oponente lo vio
llegar e interpuso su arma, bloqueando la del semiorco y a punto de herirlo en
el contraataque. Buluc lanzó dos estocadas más que no consiguieron hallar su
objetivo y que fueron respondidas por la criatura con igual suerte. Sin el
aumento de tamaño otorgado por la magia de Kervar, el semiorco había perdido
empuje aunque su destreza con las armas seguía siendo suficiente para mantener
a raya al demonio, que además se encontraba malherido por la horrible herida
del costado. De modo que el combate entró en una especie de empate técnico que
ninguno de los dos parecía poder romper.
Drell se dirigió hacia las puertas a ayudar a su compañero
cuando le pareció oír una salmodia murmurada cerca de su posición. Serenando
sus sentidos y concentrándose en el sonido de la voz, dio dos grandes pasos
hacia delante y lanzó una patada circular alta hacia donde creía que se ubicaba
el origen de aquellas palabras. El empeine de su pie golpeó en el blanco interrumpiendo
el canto y arrancando una maldición, al tiempo que el encapuchado aparecía de
la nada lanzado hacia atrás y cayendo al suelo. Sin perder el tiempo, Drell
trató de anular la distancia que los separaba pero esta vez su adversario fue
más rápido y habló rápidamente. De repente, Drell se sintió sujeto por una
fuerza invisible, capaz de moverse pero con mucha dificultad, como si lo
hiciera debajo del agua. El mago rió entre dientes y empuñando una daga se
dirigió lentamente hacia él. Pero el entrenamiento de Drell no había sido el de
un hombre corriente y, pese a los efectos del conjuro, se las apañó para
esquivar los continuos ataques de su adversario e incluso amagar uno o dos
golpes que no impactaron por poco. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo Drell
se iba notando más y más pesado y en un momento dado, sintió la mordedura del
acero en su brazo, mientras trataba de ejecutar un movimiento defensivo. Cuando
el filo cortó su piel y parte de su músculo bíceps, sintió un ardor fuera de lo
común en la herida y el conocimiento de que el arma de su enemigo estaba
envenenada lo lleno de pavor. El mago volvió a reír y se tomo su tiempo
mientras el dejaba que el veneno se fuera distribuyendo por el organismo de
Drell.
Mientras, a escasos metros, los dos colosos se batían en
duelo a muerte. Ni una sola vez habían sido heridos pues ambos comprendían, sin
necesidad de hacerlo de forma consciente, que el primer golpe sería
probablemente el definitivo. En cualquier otro tipo de combatientes esto les
habría llevado a actuar con más cautela pero ambos se lanzaban a por el otro
con todo lo que tenían, tratando de alcanzar a su oponente a cualquier precio,
olvidándose de fintas y otras tretas. Lejos de lo que podía preverse en
principio, el cansancio afectaba más a Buluc que al demonio y los golpes de
éste se tornaban cada vez más peligrosos a medida que avanzaba el combate. Tras
detener sendos mandoblazos asestados por la criatura, Buluc comenzó a notar que
los antebrazos se le entumecían. El otro pareció darse cuenta de la debilidad
de su adversario y atacó con renovadas energías, lanzando una serie de golpes
descendentes consecutivos que el semiorco detuvo a duras penas. No obstante, el
siguiente golpe traspasó las defensas y alcanzó al semiorco en mitad del pecho
infligiéndole una herida monstruosa por la que brotó la sangre al retirar el
demonio la espada, haciéndole doblar la rodilla. Pero cuando el demonio se
disponía a decapitarlo para acabar la faena, Buluc profirió un grito de
batalla, que era a la vez una plegaria a Gorum, y realizó un movimiento a todas
luces imposible para alguien en su estado levantando la espada con una fuerza
inaudita y cercenando las manos al demonio. Con la misma inercia del golpe hizo
girar su mandoble por encima de su cabeza y asestó un golpe lateral que se
clavó en el robusto cuello de la criatura como el hacha de un leñador en un
grueso roble, haciéndola caer muerta antes incluso de tocar el suelo.
Desaparecida la adrenalina y la excitación del combate, las piernas de Buluc se
negaron a sostenerle más y también él fue al encuentro del frío suelo de
piedra.
Tras contemplar esta hazaña, el mago guardó su daga,
dispuesto a marcharse.
-Supongo que nos veremos en el futuro –dijo a modo de
despedida-. Por hoy ya he tenido suficiente de vosotros.
Abrió las puertas lo justo para salir de la cámara y se
marchó sin más. Drell intentó seguirle pero el cuerpo le pesaba horrores,
sentía arder su sangre y la vista se le nublaba por momentos. Haciendo un
esfuerzo ímprobo atendió la horrible herida de Buluc lo mejor que pudo,
cerciorándose y maravillándose de que aún siguiera con vida. Después comprobó
que Kervar se encontraba fuera de peligro aunque su problema no era tanto la
herida externa como las probables consecuencias internas del tremendo golpe que
había recibido. Por último, se acercó de nuevo al guerrero caído, que seguía
inconsciente. Con sus últimas fuerzas, rebuscó en su botiquín y cuando halló lo
que buscaba lo puso bajo los orificios nasales del paladín, que tosió y boqueó
inmediatamente.
-¿Quién sois? –preguntó con los ojos entrecerrados.
-Podría deciros que los que hemos salvado vuestra vida pero
no sería un buen modo de empezar –repuso Drell con voz pastosa-. Mi nombre es
Drell Kolyat. Por el momento estamos a salvo.
-¿Habéis derrotado a esa... criatura? –inquirió sorprendido.
Parecía ir recobrando las fuerzas y miraba en derredor contemplando los
estragos de la batalla. Drell también iba notando su cuerpo más liviano, pero
la herida le escocía terriblemente y se sentía como si tuviera mucha fiebre.
-Si pero el otro ha escapado. Si no os importa, necesito
vuestra ayuda.
Sorprendido por la conversación de su misterioso benefactor,
el paladín localizó la enorme mole de la criatura con el arma del semiorco aún
clavada en su cuello. También avistó los cuerpos caídos del elfo y el semiorco.
-¿Son vuestros amigos?
Drell asintió con la cabeza, consumido por la fiebre.
-¿Os encontráis bien? –oyó preguntar al paladín. Lo
siguiente que notó fue calor. Un calor que provenía del exterior y también de
su interior y que expulsaba casi a ojos vistas el veneno que corría por sus
vasos sanguíneos. Al cabo de unos segundos se encontró sensiblemente mejor.
-Os habían envenenado –aseguró el guerrero de Iomedae-. La
gracia de la diosa me ha permitido expulsar el veneno de vuestro sistema. Al
menos la mayor parte.
-Gracias pero si pudierais hacer algo por mis compañeros os
estaría mucho más agradecido –solicitó Drell, sorprendido y visiblemente
recobrado.
-Mi nombre es Magnus. Tendió la mano con una media sonrisa,
al parecer divertido con los torpes modales del monje. Éste la estrechó
firmemente.
Tras la presentación se dirigieron a donde se encontraba
tendido Buluc. Al ver la herida que cruzaba su torso, Magnus puso cara de
asombro, más aún cuando comprobó que todavía tenía pulso.
-Es increíble que siga vivo –se asombró. Luego juntó sus
manos a escasos centímetros de la herida y comenzó a rezar a su diosa.
En unos
momentos, una luz azulada comenzó a llenar el hueco que quedaba entre las manos
del paladín y el cuerpo del semiorco, permaneciendo así durante unos segundos.
Cuando acabó, Drell pudo observar como la herida se había cerrado
considerablemente pese a que la armadura seguía exhibiendo el corte oblicuo y a
simple vista parecía que nada había ocurrido. Tras esto, se llegó hasta donde
estaba el elfo. La túnica estaba rasgada allí donde había sido golpeado por la
espada de la bestia y Drell había ampliado esa abertura a fin de examinar mejor
la herida. Las costillas aparecían irregulares y un feo verdugón ocupaba la
mitad del tórax. Magnus se arrodilló y repitió la operación y cuando finalizó
la piel del elfo tenía una apariencia mucho más normal. Al cabo de poco tiempo,
tanto Kervar como Buluc volvieron en sí, aunque doloridos y aún débiles. Se
incorporaron, maltrechos y miraron a su alrededor con ojos vidriosos. Al ver al
demonio tendido a su lado, Buluc sonrió y se reclinó en la pared. Kervar, por
su parte, acertó a preguntar:
-¿El encapuchado?
-Huyó –fue la lacónica respuesta de Drell.
-Lo cual es una tragedia mayor de la que pensáis –intervino
el guerrero de Iomedae, cabizbajo. Después se volvió hacia el centro del
altar-. He fracasado, ¡oh diosa! ¡Perdóname!
Cayó de hinojos en el centro del altar y golpeó el suelo con
su puño enguantado.
Kervar se incorporó con dificultad, ayudado por Drell que
fue a auxiliarle. Caminando juntos se llegaron hasta donde estaba el paladín de
Iomedae. Kervar le habló con voz calma.
-Levantaos guerrero y contadnos que ha pasado, quizás no
esté todo perdido. ¿Cuál es la naturaleza de vuestro fracaso?
Apoyó una mano conciliadora en el hombro del hombre
arrodillado quien se incorporó al sentir el contacto, demasiado cortés para
rechazar el consuelo que le ofrecía el elfo pero también demasiado orgulloso
para aceptarlo. Respiró hondo para serenar su ira y, tras unos breves instantes
de duda consigo mismo, respondió.
-Yo soy únicamente un guardián. Custodiaba algo que se
hallaba aquí desde hacía un tiempo. Ese malnacido vino con la intención de
robarlo y a fe que lo ha conseguido pese a todos mis esfuerzos por evitarlo. Ni
siquiera con vuestra ayuda he logrado evitarlo, lo cual da una idea aún más
clara de la dimensión de mi fracaso –concluyó abatido.
-¿Qué es lo que guardabais? –preguntó Drell, sin rodeos.
Kervar miró consternado a su compañero. Toda la habilidad
que demostraba en el combate y en el plano físico, la echaba en falta en las
relaciones sociales. Debía de ser un hombre con una historia particular. Pensó
que sería interesante preguntarle cuando tuviera tiempo, aunque, después de
todo, su propia historia tampoco tenía mucho de corriente…
Magnus también se sorprendió por la falta de tacto de aquél
hombre rapado.
-Un libro -respondió tras otro breve instante dubitativo.
Parecía reacio a compartir la información con aquellos individuos desconocidos,
pese a que habían combatido de su lado. Además, el fracaso y la ira parecían
volverlo aún más hosco.
-Creo que ya he hablado demasiado.
Cogió su espada dispuesto a marcharse. Kervar y Drell
balbucearon palabras de protesta pero el hombre parecía firme en su decisión.
De repente el ambiente pareció serenarse y todo quedó en un silencio casi
artificial, como si se encontraran bajo el efecto de un hechizo. Esta singular
sensación además tuvo la virtud de acallar sus protestas. Como por instinto,
todos, incluso Buluc que se había puesto en pie apoyándose en la pared, se
volvieron hacia el altar. Un halo de luz azulada, muy similar al que Magnus había
proyectado para sanar a Buluc y a Kervar, caía sobre el centro del altar. Poco
a poco se fue haciendo más intensa, tanto que ninguno pudo seguir mirándola por
mucho tiempo. Cuando la luz era insoportable incluso para estar con los ojos
cerrados se produjo un fogonazo y después de nuevo el silencio. Pero esta vez
no era un silencio vacío sino que una sensación de paz se apoderó de todos los
presentes, que aún se hallaban con los ojos cerrados. Todos, incluido el
semiorco, sintieron esa sensación cálida en su pecho, arrebatándoles el dolor y
las sensaciones de pérdida y fracaso que antes moraban en ellos. Sin abrir los
ojos, Magnus cayó de nuevo de rodillas, pues los ojos de su fe le daban la
inconfundible certeza de hallarse ante su diosa, sin necesidad de usar sus ojos
mortales.
Efectivamente, en el centro del altar, rodeada por una
columna de luz muy tenue, flotaba una mujer vestida con una impresionante
armadura y portando una espada larga en una de sus manos. Sobre su pecho
brillaba antinaturalmente el emblema de la espada y el sol, proyectando una luz
que anulaba toda oscuridad. Habló, y lo hizo sin mover los labios aunque todos
oyeron sus palabras directamente en sus corazones.
-Magnus, no debes dudar. Los actos de estos hombres son
mucho más elocuentes que sus palabras, lo cual es siempre una virtud. Dichos
actos hablan en nuestro favor y es posible que en el futuro continúen siéndolo.
El ataque que hemos sufrido ha sido completamente por sorpresa y ahora nos
encontramos en una posición de debilidad por lo que en estos momentos toda
ayuda es poca.
La diosa suavizó un poco el tono de su discurso, dando un
respiro al afectado paladín.
-No obstante, valoramos profundamente tu dedicación a la
causa, Magnus. Habrías dado gustoso la vida por defender este lugar pero nunca
permitiría que algo así sucediese. No, todavía no, aún tienes mucho que hacer
en este mundo. Así que os doy las gracias guerreros –pese a que la figura
continuaba inmóvil, flotando sobre el altar, dio la impresión de que se volvía
hacia los compañeros-, vuestra ayuda ha sido muy valiosa hoy, pese a que no
hemos logrado del todo nuestro objetivo. Si deseáis obtener el favor de una
diosa, nos ayudaréis en nuestra empresa; creo que no me equivoco al pensar que
jugaréis un papel clave en la ardua batalla que se avecina.
Iomedae aguardó brevemente pero podía leer en los corazones
por lo que no tuvo que esperar respuesta alguna de parte de los compañeros.
Pero Buluc debía albergar alguna duda porque se dirigió a él particularmente.
-No temas, semiorco. La batalla será dura y gloriosa y tu
dios Gorum estará satisfecho. Pero plantéate esto: ¿merece la pena luchar por
nada? ¿Es la batalla por la batalla un camino hacia algún lugar? Escucha bien a
tu dios y a tu corazón, pues de las respuestas a esas preguntas depende tu
vida… y tu alma.
El semiorco sintió un estremecimiento en lo más profundo de
su ser y a duras penas logró que no se reflejara en su semblante. No muchas
personas podían soportar que un dios se asomara a los rincones más recónditos
de tu alma sin sentirse turbado.
-Y ahora, mi fiel sirviente –dijo dirigiéndose a Magnus una
vez más- cuéntales lo que han de saber, sin ambages. Puedes confiar en estos
hombres, por ahora están de nuestro lado. Y a vosotros os digo –añadió mientras
la figura se desvanecía poco a poco-: mi gratitud puede ser grande pero mi justicia
es eterna.
Magnus permaneció de rodillas un tiempo tras la desaparición
de su diosa. Al faltar la luz azulada todos sintieron un vacío insondable en su
interior, una tristeza sin motivo que desgarraba el alma. Los compañeros se
repusieron rápidamente y, de hecho, se sintieron mejor de lo que se habían
sentido nunca, sus heridas sanadas y sus fuerzas repuestas por completo. Pero para
el paladín la desaparición de la diosa supuso un golpe casi físico y de sus
ojos brotaron sendas lágrimas. Los tres respetaron su dolor y no dijeron nada.
Aguardaron a que se hubiera repuesto y cuando lo hizo se dirigió a ellos.
-Como os he dicho, ese malnacido vino aquí a por un libro
–comenzó sin preámbulos-. Pero no un libro cualquiera, ni siquiera un libro de
nuestro culto sino uno más extraño y peligroso en el que se cuentan los
secretos más ocultos del panteón de los dioses, desde la muerte de Aroden hasta
el camino hacia la divinidad de los Fieles Ascendidos. Precisamente, ese
despreciable enmascarado es un acólito de Norgorber, que, como sabréis, es uno
de los Ascendidos. No sabemos exactamente que pretende hacer con ese libro pero
ha sido robado y no debe permanecer ni un segundo más en su poder.
-¿Y vos eráis el encargado de guardarlo? –preguntó Drell,
haciendo gala de nuevo de su falta de tacto.
-Si –admitió Magnus contrito-. Llevaba un tiempo
preparándome aquí pues algo intuíamos acerca de sus intenciones. Pero al final
no fui capaz de defenderlo.
-¿Estabais sobre aviso? –intervino Kervar, temiendo que
Magnus se sumiera de nuevo en la melancolía-. La diosa dijo que el ataque fue
una sorpresa.
-Bueno, intuíamos sus intenciones. Nuestros hombres llevaban
siguiendo la pista a un nombre, un tal Ashter Glarkon que llevaba varios meses
haciendo tratos con diversos clientes de Absalom y con algunas personas en la
ciudad que, según nuestros agentes, podían pertenecer a la secta de Norgorber.
También supimos de la llegada de un dignatario absalomiano a la ciudad lo que
confirmaba nuestras sospechas de que algo pasaba o estaba a punto de pasar
entre estas dos naciones pero el ataque marítimo era algo que superaba nuestras
expectativas. Sin embargo, justo antes de que comenzara la ofensiva, Ashter fue
visto en los muelles así que tras estallar el conflicto sabíamos que no
tardarían mucho en venir por el libro. Tuvimos poco tiempo para prepararnos y
el resultado ya lo conocéis.
-Así que únicamente tenemos que encontrar a ese tal Ashter
Glarkon y preguntarle por su relación con todo esto, ¿no? –la voz gutural del
semiorco se dejó oír desde el fondo de la estancia-. Pues no se a que estamos
esperando.
Recogió sus cosas y se levantó, dispuesto a marcharse.
Drell, que apenas llevaba pertenencias, hizo lo propio, saludando con una
inclinación de cabeza a Magnus al pasar frente a él. Kervar se quedó a solas
con el paladín.
-Si descubrimos algo os avisaremos –le dijo mientras se
dirigía en pos de sus compañeros-. ¿Dónde deberíamos buscaros?
-Mi casa es el templo de Iomedae que se encuentra al este
del Campo de la Concordia. Si precisáis cualquier cosa, buscadme allí.
El elfo asintió con la cabeza y se giró dispuesto a
marcharse. Antes de que cruzara la puerta de bronce oyó la voz queda del
paladín desde el centro de la sala.
-Buena suerte.