Historias

El Templo Subterráneo 2ª Parte


Buluc lanzó un salvaje grito de guerra y corrió a enfrentarse con la bestia. Mientras corría Kervar comenzó a murmurar y rebuscó en sus bolsillos. Cuando encontró lo que buscaba comenzó a salmodiar haciendo intrincados gestos con una mano mientras con la otra dejaba caer un polvo oscuro. Cuando acabó el cántico señaló hacia Buluc que comenzó a crecer a ojos vista hasta doblar su tamaño, superando a su adversario que pareció dudar al ver semejante prodigio. Drell corrió hacia el encapuchado, que también recitaba una letanía con los ojos entrecerrados. De su mano salió un proyectil ígneo que pasó a escasos centímetros de Drell, chamuscándole parte de la ropa y derribándole. Pero el destino no era el humano y fue a explotar junto a Kervar, que acababa de terminar su conjuro transmutador y apenas tuvo tiempo para verlo venir y lanzarse a un lado, tratando de evitar la deflagración. No obstante solo tuvo éxito parcialmente y tras la explosión salió despedido contra la pared, con parte de la túnica ardiendo. Rodó para extinguir las llamas aullando de dolor y cuando lo hubo conseguido se incorporó a duras penas.

Sobre el altar tenía lugar una batalla épica. El choque de las armas hacía brotar chispas del acero y las fuerzas estaban bastante parejas. Ninguno conseguía asestar un golpe definitivo y aunque ambos lucían heridas leves, ninguna era de consideración. En un momento dado el semiorco detuvo un golpe con su arma y dejó dejando resbalar el mandoble sobre el de su adversario. Viendo una oportunidad el demonio aplicó su fuerza para tratar de herir al semiorco, que gruño cuando el filo del mandoble de la bestia se hundió en su carne. Con un rugido destrabó su arma de la de su oponente, que se clavó un poco más en su hombro pero le permitió asestar un golpe ascendente de corto recorrido que alcanzó a su oponente en el costado. Utilizó su peso para liberarse de la mordedura del acero y, al mismo tiempo, hundir su arma un poco más en el cuerpo de su oponente. La criatura soltó un rugido inhumano y golpeó a Buluc salvajemente en el rostro, que salió trastabillando hacia atrás. Se echó mano a la herida, de la que brotaba abundante sangre, y volvió a rugir, desafiando al semiorco.
Kervar, levemente aturdido tras la explosión, contemplaba ora el combate, ora al encapuchado, que se defendía como podía de los golpes sin armas de Drell. Al ver que el humano llevaba las de ganar, pues con buen criterio no permitía que su enemigo tuviera tiempo para conjurar y le atosigaba continuamente, propinándole algún golpe que otro, centró su atención en la bestia, atraído por el rugido de desafío que profirió tras sufrir la herida en el costado. Levantó la mano y lanzó un golpe telequinético que impactó en la enorme mole del demonio. Más que a causarle verdadero daño el golpe iba destinado a distraer su atención y surtió el efecto deseado pues al recibirlo sin esperarlo volvió la cabeza en su dirección, momento que aprovechó Buluc para empalarlo con su mandoble.
Cuando la bestia profirió su último aliento el mago encapuchado lanzó una puntada que Drell esquivó con facilidad pero aprovechó la ocasión para, con un simple gesto, desparecer de la vista.

-¡Ha desaparecido! –advirtió Drell.
-¡Las puertas! –gritó Kervar al oir la advertencia de su compañero-. ¡Cerrad las puertas!

El elfo se apresuró a clausurar las grandes puertas de bronce que habían quedado entreabiertas tras su irrupción en el templo. Buluc, recuperado su tamaño original, se dirigió a la parte opuesta del templo e hizo lo propio con otra entrada que allí se ubicaba. Drell, por su parte, trató de localizar al mago encapuchado sin mucho éxito por lo que se apresuró a socorrer al guerrero caído que presentaba una tremenda herida en el pecho aunque según pudo comprobar su vida no corría peligro. Tras cerciorarse de este punto, le pareció escuchar un ruido a su espalda y cuando se volvió a mirar comprobó con horror que el demonio parecía incorporarse con un rugido estentóreo. Su mirada al incorporarse era de completa locura. Mientras se incorporaba pareció divisar a Kervar y en dos grandes trancos se lanzó a por el enarbolando el mandoble. El elfo rodó ágilmente por el suelo, esquivando el golpe a duras penas. Poniéndose en pie de un salto, junto las manos por los pulgares y, extendiendo los dedos en forma de abanico pronunció:

Kair tangus miopiar!

Un cono de llamas surgió de sus manos abiertas abrasando al demonio que intentaba recuperar la posición y que volvió a rugir ensordecedoramente. Se giró bruscamente y soltó un mandoblazo que alcanzó al elfo en mitad del torso. Por suerte el golpe, producto del dolor y de la rabia, no iba bien orientado y el arma no impactó limpiamente en el cuerpo del elfo aunque la fuerza con la que iba impulsado fue suficiente para dejar a Kervar fuera de combate.

Buluc cruzó la estancia velozmente y lanzó un ataque directo a la enorme criatura, al tiempo que caía su compañero pero su oponente lo vio llegar e interpuso su arma, bloqueando la del semiorco y a punto de herirlo en el contraataque. Buluc lanzó dos estocadas más que no consiguieron hallar su objetivo y que fueron respondidas por la criatura con igual suerte. Sin el aumento de tamaño otorgado por la magia de Kervar, el semiorco había perdido empuje aunque su destreza con las armas seguía siendo suficiente para mantener a raya al demonio, que además se encontraba malherido por la horrible herida del costado. De modo que el combate entró en una especie de empate técnico que ninguno de los dos parecía poder romper.

Drell se dirigió hacia las puertas a ayudar a su compañero cuando le pareció oír una salmodia murmurada cerca de su posición. Serenando sus sentidos y concentrándose en el sonido de la voz, dio dos grandes pasos hacia delante y lanzó una patada circular alta hacia donde creía que se ubicaba el origen de aquellas palabras. El empeine de su pie golpeó en el blanco interrumpiendo el canto y arrancando una maldición, al tiempo que el encapuchado aparecía de la nada lanzado hacia atrás y cayendo al suelo. Sin perder el tiempo, Drell trató de anular la distancia que los separaba pero esta vez su adversario fue más rápido y habló rápidamente. De repente, Drell se sintió sujeto por una fuerza invisible, capaz de moverse pero con mucha dificultad, como si lo hiciera debajo del agua. El mago rió entre dientes y empuñando una daga se dirigió lentamente hacia él. Pero el entrenamiento de Drell no había sido el de un hombre corriente y, pese a los efectos del conjuro, se las apañó para esquivar los continuos ataques de su adversario e incluso amagar uno o dos golpes que no impactaron por poco. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo Drell se iba notando más y más pesado y en un momento dado, sintió la mordedura del acero en su brazo, mientras trataba de ejecutar un movimiento defensivo. Cuando el filo cortó su piel y parte de su músculo bíceps, sintió un ardor fuera de lo común en la herida y el conocimiento de que el arma de su enemigo estaba envenenada lo lleno de pavor. El mago volvió a reír y se tomo su tiempo mientras el dejaba que el veneno se fuera distribuyendo por el organismo de Drell.

Mientras, a escasos metros, los dos colosos se batían en duelo a muerte. Ni una sola vez habían sido heridos pues ambos comprendían, sin necesidad de hacerlo de forma consciente, que el primer golpe sería probablemente el definitivo. En cualquier otro tipo de combatientes esto les habría llevado a actuar con más cautela pero ambos se lanzaban a por el otro con todo lo que tenían, tratando de alcanzar a su oponente a cualquier precio, olvidándose de fintas y otras tretas. Lejos de lo que podía preverse en principio, el cansancio afectaba más a Buluc que al demonio y los golpes de éste se tornaban cada vez más peligrosos a medida que avanzaba el combate. Tras detener sendos mandoblazos asestados por la criatura, Buluc comenzó a notar que los antebrazos se le entumecían. El otro pareció darse cuenta de la debilidad de su adversario y atacó con renovadas energías, lanzando una serie de golpes descendentes consecutivos que el semiorco detuvo a duras penas. No obstante, el siguiente golpe traspasó las defensas y alcanzó al semiorco en mitad del pecho infligiéndole una herida monstruosa por la que brotó la sangre al retirar el demonio la espada, haciéndole doblar la rodilla. Pero cuando el demonio se disponía a decapitarlo para acabar la faena, Buluc profirió un grito de batalla, que era a la vez una plegaria a Gorum, y realizó un movimiento a todas luces imposible para alguien en su estado levantando la espada con una fuerza inaudita y cercenando las manos al demonio. Con la misma inercia del golpe hizo girar su mandoble por encima de su cabeza y asestó un golpe lateral que se clavó en el robusto cuello de la criatura como el hacha de un leñador en un grueso roble, haciéndola caer muerta antes incluso de tocar el suelo. 

Desaparecida la adrenalina y la excitación del combate, las piernas de Buluc se negaron a sostenerle más y también él fue al encuentro del frío suelo de piedra.

Tras contemplar esta hazaña, el mago guardó su daga, dispuesto a marcharse.

-Supongo que nos veremos en el futuro –dijo a modo de despedida-. Por hoy ya he tenido suficiente de vosotros.

Abrió las puertas lo justo para salir de la cámara y se marchó sin más. Drell intentó seguirle pero el cuerpo le pesaba horrores, sentía arder su sangre y la vista se le nublaba por momentos. Haciendo un esfuerzo ímprobo atendió la horrible herida de Buluc lo mejor que pudo, cerciorándose y maravillándose de que aún siguiera con vida. Después comprobó que Kervar se encontraba fuera de peligro aunque su problema no era tanto la herida externa como las probables consecuencias internas del tremendo golpe que había recibido. Por último, se acercó de nuevo al guerrero caído, que seguía inconsciente. Con sus últimas fuerzas, rebuscó en su botiquín y cuando halló lo que buscaba lo puso bajo los orificios nasales del paladín, que tosió y boqueó inmediatamente.

-¿Quién sois? –preguntó con los ojos entrecerrados.
-Podría deciros que los que hemos salvado vuestra vida pero no sería un buen modo de empezar –repuso Drell con voz pastosa-. Mi nombre es Drell Kolyat. Por el momento estamos a salvo.
-¿Habéis derrotado a esa... criatura? –inquirió sorprendido. Parecía ir recobrando las fuerzas y miraba en derredor contemplando los estragos de la batalla. Drell también iba notando su cuerpo más liviano, pero la herida le escocía terriblemente y se sentía como si tuviera mucha fiebre.
-Si pero el otro ha escapado. Si no os importa, necesito vuestra ayuda.
Sorprendido por la conversación de su misterioso benefactor, el paladín localizó la enorme mole de la criatura con el arma del semiorco aún clavada en su cuello. También avistó los cuerpos caídos del elfo y el semiorco.
-¿Son vuestros amigos?
Drell asintió con la cabeza, consumido por la fiebre.
-¿Os encontráis bien? –oyó preguntar al paladín. Lo siguiente que notó fue calor. Un calor que provenía del exterior y también de su interior y que expulsaba casi a ojos vistas el veneno que corría por sus vasos sanguíneos. Al cabo de unos segundos se encontró sensiblemente mejor.
-Os habían envenenado –aseguró el guerrero de Iomedae-. La gracia de la diosa me ha permitido expulsar el veneno de vuestro sistema. Al menos la mayor parte.
-Gracias pero si pudierais hacer algo por mis compañeros os estaría mucho más agradecido –solicitó Drell, sorprendido y visiblemente recobrado.
-Mi nombre es Magnus. Tendió la mano con una media sonrisa, al parecer divertido con los torpes modales del monje. Éste la estrechó firmemente.
Tras la presentación se dirigieron a donde se encontraba tendido Buluc. Al ver la herida que cruzaba su torso, Magnus puso cara de asombro, más aún cuando comprobó que todavía tenía pulso.
-Es increíble que siga vivo –se asombró. Luego juntó sus manos a escasos centímetros de la herida y comenzó a rezar a su diosa. 

En unos momentos, una luz azulada comenzó a llenar el hueco que quedaba entre las manos del paladín y el cuerpo del semiorco, permaneciendo así durante unos segundos. Cuando acabó, Drell pudo observar como la herida se había cerrado considerablemente pese a que la armadura seguía exhibiendo el corte oblicuo y a simple vista parecía que nada había ocurrido. Tras esto, se llegó hasta donde estaba el elfo. La túnica estaba rasgada allí donde había sido golpeado por la espada de la bestia y Drell había ampliado esa abertura a fin de examinar mejor la herida. Las costillas aparecían irregulares y un feo verdugón ocupaba la mitad del tórax. Magnus se arrodilló y repitió la operación y cuando finalizó la piel del elfo tenía una apariencia mucho más normal. Al cabo de poco tiempo, tanto Kervar como Buluc volvieron en sí, aunque doloridos y aún débiles. Se incorporaron, maltrechos y miraron a su alrededor con ojos vidriosos. Al ver al demonio tendido a su lado, Buluc sonrió y se reclinó en la pared. Kervar, por su parte, acertó a preguntar:

-¿El encapuchado?
-Huyó –fue la lacónica respuesta de Drell.
-Lo cual es una tragedia mayor de la que pensáis –intervino el guerrero de Iomedae, cabizbajo. Después se volvió hacia el centro del altar-. He fracasado, ¡oh diosa! ¡Perdóname!
Cayó de hinojos en el centro del altar y golpeó el suelo con su puño enguantado.
Kervar se incorporó con dificultad, ayudado por Drell que fue a auxiliarle. Caminando juntos se llegaron hasta donde estaba el paladín de Iomedae. Kervar le habló con voz calma.
-Levantaos guerrero y contadnos que ha pasado, quizás no esté todo perdido. ¿Cuál es la naturaleza de vuestro fracaso?

Apoyó una mano conciliadora en el hombro del hombre arrodillado quien se incorporó al sentir el contacto, demasiado cortés para rechazar el consuelo que le ofrecía el elfo pero también demasiado orgulloso para aceptarlo. Respiró hondo para serenar su ira y, tras unos breves instantes de duda consigo mismo, respondió.

-Yo soy únicamente un guardián. Custodiaba algo que se hallaba aquí desde hacía un tiempo. Ese malnacido vino con la intención de robarlo y a fe que lo ha conseguido pese a todos mis esfuerzos por evitarlo. Ni siquiera con vuestra ayuda he logrado evitarlo, lo cual da una idea aún más clara de la dimensión de mi fracaso –concluyó abatido.
-¿Qué es lo que guardabais? –preguntó Drell, sin rodeos.
Kervar miró consternado a su compañero. Toda la habilidad que demostraba en el combate y en el plano físico, la echaba en falta en las relaciones sociales. Debía de ser un hombre con una historia particular. Pensó que sería interesante preguntarle cuando tuviera tiempo, aunque, después de todo, su propia historia tampoco tenía mucho de corriente…
Magnus también se sorprendió por la falta de tacto de aquél hombre rapado.
-Un libro -respondió tras otro breve instante dubitativo. Parecía reacio a compartir la información con aquellos individuos desconocidos, pese a que habían combatido de su lado. Además, el fracaso y la ira parecían volverlo aún más hosco.
-Creo que ya he hablado demasiado.

Cogió su espada dispuesto a marcharse. Kervar y Drell balbucearon palabras de protesta pero el hombre parecía firme en su decisión. De repente el ambiente pareció serenarse y todo quedó en un silencio casi artificial, como si se encontraran bajo el efecto de un hechizo. Esta singular sensación además tuvo la virtud de acallar sus protestas. Como por instinto, todos, incluso Buluc que se había puesto en pie apoyándose en la pared, se volvieron hacia el altar. Un halo de luz azulada, muy similar al que Magnus había proyectado para sanar a Buluc y a Kervar, caía sobre el centro del altar. Poco a poco se fue haciendo más intensa, tanto que ninguno pudo seguir mirándola por mucho tiempo. Cuando la luz era insoportable incluso para estar con los ojos cerrados se produjo un fogonazo y después de nuevo el silencio. Pero esta vez no era un silencio vacío sino que una sensación de paz se apoderó de todos los presentes, que aún se hallaban con los ojos cerrados. Todos, incluido el semiorco, sintieron esa sensación cálida en su pecho, arrebatándoles el dolor y las sensaciones de pérdida y fracaso que antes moraban en ellos. Sin abrir los ojos, Magnus cayó de nuevo de rodillas, pues los ojos de su fe le daban la inconfundible certeza de hallarse ante su diosa, sin necesidad de usar sus ojos mortales.

Efectivamente, en el centro del altar, rodeada por una columna de luz muy tenue, flotaba una mujer vestida con una impresionante armadura y portando una espada larga en una de sus manos. Sobre su pecho brillaba antinaturalmente el emblema de la espada y el sol, proyectando una luz que anulaba toda oscuridad. Habló, y lo hizo sin mover los labios aunque todos oyeron sus palabras directamente en sus corazones.

-Magnus, no debes dudar. Los actos de estos hombres son mucho más elocuentes que sus palabras, lo cual es siempre una virtud. Dichos actos hablan en nuestro favor y es posible que en el futuro continúen siéndolo. El ataque que hemos sufrido ha sido completamente por sorpresa y ahora nos encontramos en una posición de debilidad por lo que en estos momentos toda ayuda es poca.
La diosa suavizó un poco el tono de su discurso, dando un respiro al afectado paladín.

-No obstante, valoramos profundamente tu dedicación a la causa, Magnus. Habrías dado gustoso la vida por defender este lugar pero nunca permitiría que algo así sucediese. No, todavía no, aún tienes mucho que hacer en este mundo. Así que os doy las gracias guerreros –pese a que la figura continuaba inmóvil, flotando sobre el altar, dio la impresión de que se volvía hacia los compañeros-, vuestra ayuda ha sido muy valiosa hoy, pese a que no hemos logrado del todo nuestro objetivo. Si deseáis obtener el favor de una diosa, nos ayudaréis en nuestra empresa; creo que no me equivoco al pensar que jugaréis un papel clave en la ardua batalla que se avecina.

Iomedae aguardó brevemente pero podía leer en los corazones por lo que no tuvo que esperar respuesta alguna de parte de los compañeros. Pero Buluc debía albergar alguna duda porque se dirigió a él particularmente.

-No temas, semiorco. La batalla será dura y gloriosa y tu dios Gorum estará satisfecho. Pero plantéate esto: ¿merece la pena luchar por nada? ¿Es la batalla por la batalla un camino hacia algún lugar? Escucha bien a tu dios y a tu corazón, pues de las respuestas a esas preguntas depende tu vida… y tu alma.

El semiorco sintió un estremecimiento en lo más profundo de su ser y a duras penas logró que no se reflejara en su semblante. No muchas personas podían soportar que un dios se asomara a los rincones más recónditos de tu alma sin sentirse turbado.

-Y ahora, mi fiel sirviente –dijo dirigiéndose a Magnus una vez más- cuéntales lo que han de saber, sin ambages. Puedes confiar en estos hombres, por ahora están de nuestro lado. Y a vosotros os digo –añadió mientras la figura se desvanecía poco a poco-: mi gratitud puede ser grande pero mi justicia es eterna.

Magnus permaneció de rodillas un tiempo tras la desaparición de su diosa. Al faltar la luz azulada todos sintieron un vacío insondable en su interior, una tristeza sin motivo que desgarraba el alma. Los compañeros se repusieron rápidamente y, de hecho, se sintieron mejor de lo que se habían sentido nunca, sus heridas sanadas y sus fuerzas repuestas por completo. Pero para el paladín la desaparición de la diosa supuso un golpe casi físico y de sus ojos brotaron sendas lágrimas. Los tres respetaron su dolor y no dijeron nada. Aguardaron a que se hubiera repuesto y cuando lo hizo se dirigió a ellos.
-Como os he dicho, ese malnacido vino aquí a por un libro –comenzó sin preámbulos-. Pero no un libro cualquiera, ni siquiera un libro de nuestro culto sino uno más extraño y peligroso en el que se cuentan los secretos más ocultos del panteón de los dioses, desde la muerte de Aroden hasta el camino hacia la divinidad de los Fieles Ascendidos. Precisamente, ese despreciable enmascarado es un acólito de Norgorber, que, como sabréis, es uno de los Ascendidos. No sabemos exactamente que pretende hacer con ese libro pero ha sido robado y no debe permanecer ni un segundo más en su poder.

-¿Y vos eráis el encargado de guardarlo? –preguntó Drell, haciendo gala de nuevo de su falta de tacto.
-Si –admitió Magnus contrito-. Llevaba un tiempo preparándome aquí pues algo intuíamos acerca de sus intenciones. Pero al final no fui capaz de defenderlo.
-¿Estabais sobre aviso? –intervino Kervar, temiendo que Magnus se sumiera de nuevo en la melancolía-. La diosa dijo que el ataque fue una sorpresa.
-Bueno, intuíamos sus intenciones. Nuestros hombres llevaban siguiendo la pista a un nombre, un tal Ashter Glarkon que llevaba varios meses haciendo tratos con diversos clientes de Absalom y con algunas personas en la ciudad que, según nuestros agentes, podían pertenecer a la secta de Norgorber. También supimos de la llegada de un dignatario absalomiano a la ciudad lo que confirmaba nuestras sospechas de que algo pasaba o estaba a punto de pasar entre estas dos naciones pero el ataque marítimo era algo que superaba nuestras expectativas. Sin embargo, justo antes de que comenzara la ofensiva, Ashter fue visto en los muelles así que tras estallar el conflicto sabíamos que no tardarían mucho en venir por el libro. Tuvimos poco tiempo para prepararnos y el resultado ya lo conocéis.
-Así que únicamente tenemos que encontrar a ese tal Ashter Glarkon y preguntarle por su relación con todo esto, ¿no? –la voz gutural del semiorco se dejó oír desde el fondo de la estancia-. Pues no se a que estamos esperando.
Recogió sus cosas y se levantó, dispuesto a marcharse. Drell, que apenas llevaba pertenencias, hizo lo propio, saludando con una inclinación de cabeza a Magnus al pasar frente a él. Kervar se quedó a solas con el paladín.
-Si descubrimos algo os avisaremos –le dijo mientras se dirigía en pos de sus compañeros-. ¿Dónde deberíamos buscaros?
-Mi casa es el templo de Iomedae que se encuentra al este del Campo de la Concordia. Si precisáis cualquier cosa, buscadme allí.

El elfo asintió con la cabeza y se giró dispuesto a marcharse. Antes de que cruzara la puerta de bronce oyó la voz queda del paladín desde el centro de la sala.

-Buena suerte.

Sin saber si se lo decía a ellos o a si mismo, Kervar salió del templo y se internó en la oscuridad de vuelta al almacén en la superficie, dejando a Magnus a solas con sus pensamientos.

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