Historias

La Cacería


Buluc y Drell anduvieron sin rumbo durante un tiempo. Cuando se hubieron serenado, Drell recordó haber oído que los dignatarios, entre ellos el falso embajador, preparaban una cacería al día siguiente. No tenían la seguridad de que fuera a celebrarse, y menos tras el incidente en los baños, pero la verdad es que, ignorantes de la suerte que había corrido Kervar con la guerrera, decidieron que era lo mejor que tenían para tratar de localizar de nuevo a su objetivo.

La suerte les sonrió en este caso pues tras deambular algún tiempo por la ciudad, una taberna con el sugerente nombre de “El venado alegre” y el busto de un majestuoso ejemplar de ciervo con su imponente cornamenta, apareció ante ellos. Sin cuestionar tamaño golpe de suerte se decidieron a entrar. En el interior, innumerable trofeos de caza adornaban las paredes por doquier y, a juzgar por sus vestimentas, la totalidad de la clientela la componían cazadores y gente familiarizada con la montería en sus diversas modalidades. Tras las consabidas miradas de los parroquianos el camarero fue a su encuentro. Ordenaron sendas cervezas y explicaron que trabajaban como guardaespaldas de un rico aristócrata extranjero recién llegado a la ciudad. Según la extraña pareja, su señor quería organizar una cacería con varios de sus colegas por lo que los había enviado a averiguar los mejores cotos y solicitar audiencia con los propietarios. La verdad es que ninguno de los dos tenía experiencia en tales menesteres pero el procedimiento habitual no debía diferir mucho de lo que estaban representando pues tras oír las explicaciones los parroquianos comenzaron a mostrarse mucho más amables y a tratar de informar a los “guardaespaldas” con su experta opinión. Hubo comentarios de todo tipo pero la mayoría parecía estar de acuerdo en que el mejor lugar para una buena jornada de cacería era el coto de los Beaumont, propiedad de una familia de honda tradición en el gremio y que se encontraba a medio día de viaje saliendo por la puerta sur de la ciudad. Satisfechos, apuraron sus bebidas y dejaron la concurrida taberna en dirección a “las 13 monedas” donde habían acordado encontrarse con Kervar. Cuando llegaron encontraron al elfo solo, sentado en un rincón. Se sentaron junto a él y encargaron algo de comer, pues pasaba el mediodía y no habían probado bocado. En pocas palabras, Kervar les puso al corriente de su escaramuza con la mujer en lo alto del risco y su huida posterior. Drell y Buluc le contaron su parte, incluyendo la conversación que había tenido lugar en la taberna de los cazadores. Como aún quedaba día, resolvieron inspeccionar el coto antes del día siguiente. Se encontraban terminando sus respectivos platos cuando Drell, que se había levantado a por más bebida, vio un gran coche de caballos que se detenía en la puerta y a varios hombres de aspecto fiero y marcial apearse del carruaje y entrar en la taberna. Dos de ellos fueron a hablar con el posadero, mientras el resto vigilaban la entrada. Disimuladamente, se acercó a su mesa y les comunicó el hallazgo a sus compañeros, que se pusieron en guardia inmediatamente. Con su fino oído, Kervar captó retazos de la conversación que mantenían los recién llegados con el posadero, visiblemente asustado. Éste señaló hacia la mesa donde los compañeros se hallaban sentados y los hombres depositaron unas monedas que cayeron ruidosamente sobre la barra. Al saberse objetivo de los rufianes, se levantaron a una y se dirigieron a la entrada, tratando de salir antes de que los hombres apostados cerca de ella les descubrieran pero aquella gente parecía profesional y a un simple gesto de sus compañeros de la barra los detuvieron eficazmente. Cuando se hubieron reunido todos les pidieron amablemente que les acompañaran fuera y les hicieron subir al coche, cerrando la puerta una vez que Drell, Buluc y Kervar se encontraban a bordo. Éstos pudieron escuchar como los matones tomaban posiciones alrededor del carruaje mientras que el vehículo, con sonoros crujidos y pesada lentitud, echaba a rodar. En el interior les aguardaba un hombre de aspecto enjuto, con una túnica larga hasta los pies provista de capucha que llevaba echada sobre su cabeza. La escasa luz en el interior del coche de caballos les impedía ver mucho pero a la luz de un candil que colgaba de la pared, Drell entrevió un destello metálico procedente del interior de la capucha, acaso producido por una máscara de metal que el misterioso individuo llevaba sobre la faz. Cuando habló, su voz sonaba amortiguada pero a pesar de todo, los compañeros pudieron captar el tono de enfado que cubría cada palabra. Les reprochó su acción de la mañana, recordándoles que el contrato les exigía discreción, además de echarles en cara que, pese a lo torpe del intento, el mandatario siguiera con vida. Se excusaron diciendo que había sido un fallo poco usual pero que contaban con información que les permitiría acabar el trabajo mañana mismo y que el contrato tampoco indicaba plazo alguno. Pero el hombre no mudó el talante e insistió, con aires de ultimátum, que no volvieran a cometer ningún fallo. Una vez hubo terminado la conversación el carruaje se detuvo y las compuertas se abrieron. Los compañeros descendieron las escalerillas, sorprendiéndose de la claridad que todavía alumbraba la ciudad en contraste con el oscuro ambiente que reinaba en el interior del vehículo. Cuando se hubieron acostumbrado a la luz, descubrieron que se hallaban en una parte de la ciudad que no conocían así que encaminaron sus pasos hacia el sur, alcanzando en poco tiempo la puerta meridional de Almas.


Salieron a la campiña que rodea la ciudad con el sol cayendo a su derecha. El camino a esas alturas del día se encontraba transitado por algunas personas pero en su inmensa mayoría llevaban una dirección opuesta a la del singular trío, pues la gente se dirigía a la ciudad antes de que cerrara sus puertas. En poco tiempo, el flujo de gente fue disminuyendo y para cuando atisbaron la indicación que señalaba la dirección al coto, el camino estaba prácticamente desierto y el sol comenzando a ocultarse tras las colinas occidentales de Andoran. Así pues caía la anochecida cuando salieron del camino y se toparon con la cerca que delimitaba el recinto. Sigilosamente, Drell se deslizó a lo largo del perímetro hasta que oyó el sonido de voces. Acercándose un poco más, descubrió lo que sin duda se trataba de la entrada principal, custodiada por una pareja de guardias armados hasta los dientes que charlaban animosamente. Desandando el camino, Drell informó a sus compañeros de que el lugar estaría fuertemente vigilado así que, con cuidado, traspusieron la valla y se internaron en el frondoso bosque que había al otro lado. Se detuvieron varias veces para comprobar que el camino estaba despejado y continuaron de ese modo hasta que descubrieron una somera construcción de madera que, según informó Kervar, servía para que los cazadores se apostaran en espera de que pasara su presa. Tras reconocer el bosque cuidadosamente, descubrieron varias de estas construcciones y un amplio claro que el elfo, aparentemente versado en estas prácticas, comentó que serviría como punto de reunión. En un momento dado, oyeron el ruido de una patrulla por lo que no les quedó otra opción que abandonar su reconocimiento y regresar a Almas. Aunque sabían que ninguno de sus movimientos pasaría desapercibido, se sintieron más seguros reuniéndose todos en la misma taberna para descansar antes de partir de nuevo hacia el coto de caza.

Tras descansar unas pocas horas volvieron a salir, mucho antes de que amaneciera y llegaron aún envueltos en la negrura de la noche lo que satisfacía a sus propósitos. Se escabulleron sin mucha dificultad y se dirigieron hacia el claro donde según Kervar iban a reunirse antes de que la cacería diera comienzo. No tuvieron que esperar mucho tiempo cuando empezaron a oírse las primeras voces de los funcionarios del coto que acudían a preparar el evento. Se ocultaron algo más lejos del claro y únicamente Drell permaneció en su puesto para vigilar más de cerca. Desde su posición pudo ver como los operarios trasladaban algunas cajas de madera y varios muebles que dispusieron alrededor del claro. Con las primeras luces del alba comenzaron a llegar los primeros cazadores que, según llegaban, comenzaban a hablar en corrillos según afinidades o intereses. Drell lo observaba todo quieto como una estatua, invisible a los ojos de quienes observaba, sin proyectar el más mínimo sonido pese al transcurrir del tiempo. Tras unos minutos, apareció en el claro Idarion, el dignatario de Absalom y su objetivo. Lo acompañaban dos personas más, por su vestimenta y porte también personas de importancia. Cuando entraron al claro, el resto de acompañantes fueron poco a poco bajando sus voces hasta quedar en silencio. El representante del país insular  saludó con un movimiento leve de cabeza a los presentes y pronunció un breve discurso que distendió el ambiente, con lo que las conversaciones volvieron a reanudarse. Tras un breve lapso de tiempo se acercó a uno de los trabajadores del coto y, a una orden suya, dos mozos transportaron un arcón de madera hasta el centro del claro. El operario abrió la caja y extrajo de ella un artefacto de algo más de un metro de largo, formado por un cilindro metálico envuelto por una carcasa de madera que hacia uno de sus extremos se ensanchaba para formar una suerte de triángulo. El individuo lo mostró sobre su cabeza a todos los presentes, que profirieron comentarios quedos de mudo asombro. Tras esto, se volvió hacia una diana que había situada a unos 50 m., se apoyó la parte triangular en el hombro y apunto la boca del cilindro metálico hacia la diana, accionando un resorte situado en la parte inferior. Se produjo una detonación que sobresaltó a Drell en su posición y la diana saltó literalmente por los aires, impactada por un proyectil disparado a una velocidad inconcebible. La mayoría de participantes de la cacería soltaron exclamaciones ahogadas o gritos de sorpresa, como Drell. Afortunadamente para el humano, los aristócratas estaban demasiado sorprendidos por lo que acababan de presenciar como para reparar en su presencia. El que había disparado aquél extraño artefacto se giró hacia el grupo y explicó a los presentes que lo que sostenía entre sus manos era un “arma de fuego”, proveniente de la lejana Alkensar, en los Yermos del Maná. Existían muy pocas como aquella, más aún fuera de las fronteras de la lejana nación aunque, según aseguró el hombre, pronto serían más comunes. Tras la explicación devolvió el arma a su arcón y dejó a los patidifusos asistentes a la cacería discutiendo sobre el fenómeno que acababan de presenciar.



Drell, todavía mudo de asombro, detectó movimiento a su derecha. Ocultándose entre la creciente maleza y preparando su cuerpo frente a un posible ataque, vio a Kervar cerca suya, buscándolo en el lugar que había ocupado unos segundos antes. Se acercó hasta él y le explicó lo que acababa de suceder. Mientras hablaban en susurros, ambos pudieron atisbar como Idarion, su presa, aprovechaba la discusión generada por la extraña arma para escabullirse junto a otro de los presentes lejos del grupo principal de cazadores. Abandonaron el claro por el punto opuesto a donde se encontraban Drell y Kervar y ambos vieron al instante la oportunidad que estaban esperando. Rodearon el claro y siguiendo el rastro de las voces de los dos hombres (aunque estaban amortiguadas por la distancia y el intento de discreción de la pareja para el fino oído de Kervar eran tan audibles como la voz de un mercader que proclama las bondades de su mercancía) los descubrieron un poco más allá, a unos 50 m. del resto del grupo principal. Dejando a Drell vigilando, Kervar fue en busca de Buluc con el que apareció al cabo de poco tiempo. Drell pudo oír al gigantesco semiorco acercarse desde mucho antes de que estuvieran a su lado y tenía la impresión de que todo el bosque era consciente del avance de su compañero. Pero sus sospechas parecían infundadas pues la pareja objetivo, absorta como estaba en su conversación, no pareció darse cuenta de nada. Cuando los tres se hubieron reunido idearon un plan que procedieron a ejecutar una vez estuvo claro. Kervar comenzó a hablar tratando de amortiguar su voz hasta donde le era posible sin que afectara a la efectividad del conjuro que se disponía a lanzar. A pesar de su cuidado, la escasa distancia que los separaba de sus objetivos hizo que éstos oyeran las palabras del elfo y se conminaran al  silencio tratando de descubrir la fuente del sonido durante lo que a Drell y a Buluc les pareció una eternidad. Cuando Kervar terminó de hablar, sopló unos pétalos de rosa en dirección a sus objetivos y el acompañante de Idarion parpadeó varias veces rápidamente antes de caer dormido presa de un sueño mágico. Idarion, versado en las artes arcanas y libre de los efectos del conjuro, comprendió inmediatamente lo que había sucedido pero antes de que pudiera reaccionar tenía encima a Drell y a Buluc, que habían previsto esta contingencia y habían cargado contra él, iniciando su carrera apenas el elfo terminó de hablar. El dignatario logró esquivar a duras penas el ataque del humano, pero no pudo hacer lo propio con el puñetazo que Buluc dirigió hacia su mandíbula, sumiéndolo en las tinieblas con un crujido espeluznante.
Rápidamente, los compañeros recogieron los cuerpos, cargaron con ellos y se movieron para salir del bosque, tomando el camino que los alejaba aún más de la ciudad de Almas. Desconocedores de si habían sido detectados por el resto de los cazadores, trataron de poner la mayor distancia posible entre ellos y el bosque y anduvieron durante largo tiempo por el terreno ondulante de colinas que constituían los aledaños de la capital andorana. Al cabo de unas horas, Drell encontró una pequeña cueva, apenas lo suficientemente grande para albergarlos a los cinco, donde decidieron descansar unos instantes. Mientras preparaban algo de comer, Buluc expresó su descontento con el cariz que habían tomado los acontecimientos, sin entender por qué no se ahorraban estas molestias y acababan de una vez con su objetivo y cobraban su recompensa. Pero tanto Drell como Kervar no se fiaban de su contratante y le convencieron para, al menos, hablar con el mago y tratar de averiguar qué se traía entre manos el misterioso hombre de la máscara y qué había de cierto en la historia que les habían contado.



El primero en despertar fue el acompañante de Idarion cuando se disiparon los efectos del sueño mágico de Kervar. Como se encontraba atado y amordazado solo pudo mirar horrorizado a sus captores, horror que fue en aumento al vislumbrar a su compañero con la cara hinchada y llena de sangre reseca a su lado. Cuando Idarion al fin despertó casi no podía ni articular palabra. Sin ambages, Kervar le contó que habían sido contratados por alguien desconocido pero que se decía leal a Almas y a Andoran para asesinarlo, acusándolo de conspirar contra la ciudad y de instigar un ataque contra la misma. El dignatario de Absalom, negó estas acusaciones en redondo y alegó que su estancia en la ciudad se debía precisamente al conocimiento de que oscuros designios conspiraban contra Andoran y contra Absalom y estaba trabajando con el Consejo del Pueblo para desenmascarar a los responsables. Sus explicaciones no convencieron a Buluc, quien prefería no mezclarse en asuntos ajenos y limitarse a cumplir con su contrato, pero sus dos compañeros prefirieron considerar las palabras del mago. Mientras se encontraban discutiendo Kervar, presa de una terrible y súbita sospecha, extrajo el medallón que les había entregado el pequeño Mickey. Los caprichos del destino hicieron que sus sospechas se vieran confirmadas antes siquiera de llegar a exponerlas y tanto él como Drell, que se encontraban a la entrada de la cueva, pudieron oír el sonido de numerosos cascos de caballos que se acercaban a su posición. Avisando a su compañero, salieron de su escondrijo para ver llegar a unos 14 jinetes encabezados por una siniestra y conocida figura envuelta en una túnica que la cubría hasta los pies. Al llegar a las inmediaciones de la cueva el grupo desmontó y el personaje encapuchado se dirigió a ellos con su voz velada por la máscara metálica, exigiéndoles que acabaran el trabajo o se apartaran para que lo acabara él. Tras él y de forma muy elocuente, cuatro de los hombres que le acompañaban montaron sus arcos y encajaron las flechas en ellos, dispuestos a abrir fuego.  Pero los compañeros se negaron en redondo, mostrando sus reticencias. Sin mediar más palabras, el individuo encapuchado montó de nuevo y acto seguido, cuatro flechas volaron hacia ellos. Drell fue alcanzado por una en el muslo y otra le rozó el costado. Kervar fue más rápido y consiguió guarecerse en la cueva mientras que Buluc solo tuvo que hacerse hacia un lado pues no había llegado a salir del todo. Como pudo, Drell se escabulló al interior, donde se prepararon para recibir al grueso de los atacantes. Cuando el primero de ellos se precipitó al interior, un chorro de brillantes colores surgió de la mano de Kervar, dejando inconsciente tanto al primer atacante como a dos de ellos que le venían a la zaga. Drell, se encaró con otro de ellos, que blandía una hoja corta, muy apropiada para combatir en las reducidas dimensiones de la cueva. Buluc no podía manejar su mandoble en aquel espacio mínimo y con sus puños abatió a otro de los atacantes apenas puso un pie dentro pero fue sustituido por dos más que flanquearon al gigante semiorco. Con sus dagas hirieron varias veces al poderoso acólito de Gorum cuyo tamaño constituía un verdadero problema para combatir dentro de la cueva, aún sin sostener ningún arma. A Drell tampoco le iban demasiado bien las cosas. Su oponente parecía diestro y las heridas provocadas por la andanada inicial (el astil de la flecha todavía sobresalía de su muslo) unidas al escaso espacio del que disponía para maniobrar hacía que tuviera que concentrarse casi exclusivamente en no ser alcanzado por el arma de su enemigo, sin lograr acertarle con ninguno de sus golpes. Por su parte, Kervar se vio acosado por otro enemigo que le propinó un golpe con la empuñadura de una daga haciéndole una fea herida en el rostro. Gorum consiguió dejar fuera de combate a uno de sus adversarios pero inmediatamente otro ocupó su posición. Además, desde fuera les llegaban los sonidos que producían el resto de hombres que se arremolinaban a la entrada, lanzando puntazos con sus dagas cada vez que uno de los compañeros pasaba cerca y deseosos de entrar en combate.



De pronto, desde el fondo de la cueva se oyó una salmodia y al finalizar un fogonazo retumbó en la pequeña caverna al tiempo que un proyectil ígneo surcaba el aire velozmente en dirección al exterior. Una explosión acompañó a su impacto en algún punto fuera de la cueva acompañada de una gran deflagración y de los gritos de los matones que se encontraban allí. Parte de la deflagración invadió también la cueva, lanzando a todos contra la pared. Las llamas alcanzaron al oponente de Drell que, sin perder la oportunidad lanzó una patada contra su rostro, partiéndole el cuello y acabando con su agonía. Kervar también acabó con su oponente aprovechando la coyuntura. Cuando se rehízo del golpe contra la pared de roca, localizó a su oponente, que se estaba incorporando y mirando a su alrededor algo aturdido, levantó la mano con la palma hacia él y descargó un golpe de energía cinética que lo volvió a estampar contra la pared, cayendo desmadejado al suelo completamente inerte. Buluc se acababa de deshacer de otro de sus adversarios justo antes de que la deflagración tuviera lugar y gracias a su tamaño consiguió aguantar de pie el impacto provocado por ésta. Cuando la fuerza de la explosión lanzó a su oponente frente a él no tuvo más que recogerlo del suelo y estrangularlo con sus propias manos, mientras el otro forcejeaba desesperado. Cuando cesaron los movimientos cada vez más espasmódicos del desdichado sicario, todo quedó en un silencio falsamente tranquilo. Drell apenas podía sostenerse en pie y se dejó caer en la pared de la cueva. Buluc tenía la ropa y la carne destrozada por numerosos cortes y varios de ellos sangraban copiosamente. Su expresión era demencial, con los ojos exorbitados y enseñando los dientes, sin relajar ni un ápice los músculos y sin concederse el pensamiento de que estaban a salvo cuando un minuto antes todo parecía perdido. Kervar, que aunque era el que había salido mejor parado de los tres llevaba el rostro ensangrentado y algún que otro corte en el cuerpo, miró entre sorprendido y socarrón hacia el fondo de la cueva, donde Idarion se encontraba medio incorporado, apoyado en uno de sus codos y con la otra mano descansando sobre una rodilla todavía  apuntando levemente hacia la salida. Tras soltar una risa entrecortada por el dolor de la herida en la cara decidió salir fuera para comprobar que todo había terminado. El espectáculo era dantesco: en el suelo yacían cinco cadáveres calcinados completamente, tirados un poco más allá de una mancha circular de hollín cuyo centro lo componía el lugar donde la bola de fuego lanzada por Idarion había hecho blanco. Entre los cadáveres no pareció encontrar al hombre de la máscara y, por las huellas claras que había dejado su montura dedujo que había huido. Meneó la cabeza significativamente y decidió volver a entrar. Al hacerlo, se encontró a Drell tratando de extraer el astil alojado en su pierna y a Buluc dedicado a la poco grata tarea de degollar a los esbirros que yacían inconscientes producto de la rociada de color lanzada por Kervar aunque el semiorco se entregaba a ella con la diligencia que da la experiencia. Cuando acabó y vio el lastimoso estado en que se encontraba el grupo, Buluc sonrió y elevó una plegaria a su señor Gorum, dios de las armas, la batalla y la fuerza para que, si aquel combate había sido de su agrado, derramase su gracia sobre él y su grupo y sanase sus heridas para poder seguir brindándole gloriosas batallas. Pareció que, efectivamente, Nuestro Señor del Hierro se encontraba complacido pues tras un leve resplandor grisáceo, como una mañana en un día sin sol, sus heridas mejoraron en un breve lapso de tiempo lo que en condiciones normales habría tardado días.
Tras este episodio, la versión de Idarion les pareció más que verosímil aunque seguían sin confiar en nadie, pues ya habían sido engañados y humillados una vez y no querían caer en la misma trampa de nuevo. Pero como agradecimiento por su ayuda acordaron devolver al dignatario y su acompañante a su domicilio de modo que, tomando prestados los caballos de sus propios atacantes, regresaron al bosque donde se iba a realizar la cacería, interrumpida al certificarse la desaparición de Idarion. Varios guardias habían acudido a investigar el suceso y muchos de los participantes habían vuelto a sus casas por lo que el recibimiento que tuvieron los compañeros fue bastante hostil y pronto se vieron rodeados de numerosos guardias que les apuntaban con sus picas mientras el acompañante de Idarion los denunciaba con voz histérica como sus agresores y secuestradores. Heridos en su orgullo y con la locura de la batalla anterior aún bullendo por sus venas, los tres se miraron y evaluaron la situación: Kervar cerró los ojos, repasando mentalmente los conjuros de los que aún disponían; Buluc aferró la empuñadura de su mandoble con una sonrisa, consciente de que probablemente en unos minutos se reuniría con su señor Gorum; Drell se afianzó sobre los estribos, tensando sus músculos y dispuesto a saltar de su montura en cuanto empezara la refriega, decidido a vender su piel lo más cara posible… Pero dicha batalla nunca tuvo lugar. Idarion, adelantándose a su compañero y ordenándole callar, medió por los compañeros exigiendo hablar con el capitán de la guardia. Cuando éste se identificó, le comentó que aquellos hombres habían luchado contra una fuerza que amenazaba la seguridad de Almas y no constituían una amenaza. Incluso avaló con su nombre y su palabra el buen comportamiento de los tres. Tras consultar el asunto con alguno de los miembros del Consejo del Pueblo que se encontraban en el lugar como invitados a la cacería, resolvieron acceder a la petición del dignatario de Absalom y los compañeros se vieron libres de toda amenaza, agradeciendo el gesto a Idarion. Éste, aunque se encontraba algo molesto por haber sido secuestrado y por el verdugón que quedaba en su mandíbula a pesar de la magia curativa de Buluc, les dijo que lo había hecho porque necesitaba su ayuda, de modo que los citó al día siguiente en la residencia donde se alojaba, para debatir los pasos a seguir. Además añadió que estaba en disposición de recompensarles económicamente lo cual terminó de vencer las reticencias iniciales de los tres mercenarios. Antes de que se fueran pareció recordar algo y les pidió el medallón. Tras examinarlo a conciencia les comunicó lo que ya sospechaban: además de estar imbuido con magia de adivinación, actuaba como un faro que evidenciaba su posición en cualquier momento y en cualquier lugar a aquél que lo había encantado. Los tres compañeros, tras una mirada de reproche a Kervar que no había sido capaz de determinar la presencia de aquella magia cuando lo examinó en las 13 monedas, estuvieron más que dispuestos a desprenderse de él. De modo que, una vez concluida una nueva reunión de negocios, se dirigieron hacia Almas a pie, ya que no permitieron que conservaran sus monturas, mientras aquel intenso día llegaba a su fin.



Al día siguiente se levantaron y acudieron a la dirección que les había facilitado el mago, donde fueron recibidos por un sirviente que les condujo hasta su despacho. Vestido con ropas más formales, no quedaba ni rastro de la herida facial del día anterior y con la barba y el pelo arreglados parecía en verdad otra persona. Les preguntó una vez más si estaban dispuestos a colaborar con él en su lucha para desenmascarar la conspiración y, tras asegurarse de que efectivamente era así, les entregó de nuevo el medallón. Al parecer había logrado invertir el conjuro de modo que ahora era capaz de determinar la posición de su legítimo dueño, por lo que el camino a seguir a continuación resultaba obvio. Sin muchos más preámbulos salieron de la casa de Idarion prometiendo volver en cuanto tuvieran noticias. Apenas habían pisado la calle cuando las campanas de la ciudad comenzaron a tañer frenéticamente. Nunca habían estado en Almas antes pero aquella cacofonía solo podía significar una cosa: la ciudad estaba siendo atacada.

Biblioteca

Información sobre Golarion


Dioses

En Golarión se adoran multitud de dioses.

Estados de pj

Los distintos estados en los que puede quedar un personaje

Votos de Monje

Los diferentes votos que puede escoger un monje

Fichas de Pj

Cuando un Héroe cae otro se levanta

Conjuros

La magia es un arma muy poderosa

Habilidades

De qué son capaces los Héroes

Heroes de Golarion Designed by Templateism | Blogger Templates Copyright © 2014

Imágenes del tema: richcano. Con la tecnología de Blogger.